Uno de los grandes flagelos que paulatinamente asoma con gran frenesí en nuestro suelo colombiano es sin duda la inseguridad social. A diario la televisión nacional ocupa varios minutos en sus noticieros entregando informes sobre como se muestra la inseguridad en nuestras ciudades, lo que ha desestabilizado el orden social, ha generado repudio y descontento a los asociados que se ven afectado en su colectividad y cotidianidad. Toca al Estado la función de castigar al agresor regresando las cosas en lo posible, a la normalidad.
Los grandes pillos actúan con conducta deshumanizada para el logro de sus objetivos, que no sólo pasan por perpetra de manera exitosa los ilícitos, sino que también aseguran su impunidad. Esto se observa, por ejemplo, en los casos de hurto de bicicleta, automóviles, en robos de celulares y en la integridad humana del ciudadano donde ya no vacilan en eliminar las víctimas, aunque no opongan resistencia.
Es notable que los esfuerzos policivos han logrado la captura de muchos de estos delincuentes, pero más es el tiempo que gastan en sus búsquelas que la prisión que deban de obtener. Por lo general estos malhechores se van a las calles, pocas horas de ser capturados, esta conducta asumida por las leyes, nos parece que se encuentra más interesada en favorecer a la impunidad, que castigar al delincuente. Con esta conducta lo que se ha logrado que personas no involucradas previamente en actividades delictivas, empiecen a pensar en el delito como una forma deseable de vida.
Si, algún funcionario en cumplimiento de su deber osa en cruzar la barrera y penetrar en el lado oscuro a fin de castigar al infractor, encontrándose sólo y desprotegido, sin instrumento adecuado a merced de un monstruo de mil cabezas que lo persigue, lo amedrenta, lo amenaza, su atemorización es de grado tan mortal que se ve en el caso de abandonar su labor o la patria, para que no sea convertido en un trágico recuerdo de aquellos que solo en pocas ocasiones despiertan de la cotidiana impunidad y nos llevan de nuevo a pensar que aún nos queda tiempo por arreglar esta injuria así parezca una gigantesca tarea.
Nos encontramos ultrajado por la evolución del delito, se nos escapa de las manos el restablecimiento del orden público, lejos de encontrase regenerado, se halla hoy seriamente perturbado, hasta el punto de llevar a Colombia en el más alto estado de abatimiento.
Ha llegado el momento de hacer un alto en el camino y darle un nuevo aire a la justicia que combate a las organizaciones criminales, ha llegado el momento de adquirir una conciencia y convencernos de que inseguridad golpea a país a través de mecanismo criminales de instantáneos resultados desestabilizándonos en percusiones a veces imperceptibles, pero de contundente ferocidad y barbarie.
Si no tomamos conciencia diáfana de la colaboración para luchar contra la inseguridad masificada no es problema de imposición o de galopante unilateralidad egoísta, si no pensamos como comunidad unida con un propósito generalizado y común de aplacar los tentáculos de la maldad hecha telaraña, las luchas no pasarán de ser valientes conductas de Quijotes que terminará en la frustración y en la anarquía.
Debemos alimentar nuestro valor civil y colaborar con la justicia denunciando al infractor, de no ser así, estaremos siempre rodeado de una incertidumbre sin fin.