Colombia parece sufrir la enfermedad de Urbach-Wiethe, que inhibe al cerebro para reconocer el peligro y quien la padece, sencillamente…, no siente miedo. Qué falta hoy nos hace el miedo frente a la amenaza que se cierne sobre la democracia y el futuro del país.
Al Centro Democrático, durante la campaña del plebiscito y el triunfo del NO, se le acusó de usar el miedo como argumento electoral, y hoy me pregunto si no es legítimo frente a una amenaza real. No se trata de vivir asustados; sino de reconocer el peligro para enfrentarlo.
La amenaza era real: impunidad, negación del secuestro, reclutamiento y abuso de menores, no devolución de bienes ilícitos, no reparación y ninguna garantía de no repetición, pues ahí están las disidencias y el país infestado de coca. Combinación, pura y dura, de todas las formas de lucha.
Colombia está amenazada y es necesario sentir miedo para salvarnos de una carrera temeraria hacia el precipicio, como en Venezuela. Después de ocho años de polarización inventada por el “farcsantismo” y de estigmatización como “enemigos de la paz”, Iván Duque llegó a la presidencia ofreciendo una rama de olivo para reunificar el país alrededor de su futuro, pero su propuesta generosa y dialogante fue malentendida como debilidad y despreciada, con la amenaza cumplida de mantener al pueblo en las calles.
El centrosantismo, que casi le entrega el país a las Farc, que clamaba venganza por su derrota plebiscitaria, que necesitaba legitimar su atropello a la democracia y sufría la abstinencia de “mermelada”, se sumó a esa campaña de desestabilización que, en su último capítulo, no solo cobra como trofeo la libertad de Álvaro Uribe, sino que aprovecha con mezquindad el sufrimiento de los colombianos para atacar a un gobierno que ha hecho todo por proteger su salud, sus vidas y sus empleos.
Sí; es la combinación de las fuerzas de lucha: la desestabilización del narcotráfico y la violencia rural; la del microtráfico y la violencia urbana; la protesta callejera que sigue latente y convocada; la guerra política contra Duque desde el Congreso; la mediática desde las redes y los medios que aún pagan su gratitud; y la jurídica contra el Centro Democrático, con una justicia que mete a un patriota a la cárcel y deja a los apátridas en el Congreso; una justicia que se quitó la venda para escoger a quién acusa, a quién escucha y a quién le cree.
Es el socialismo fallido, disfrazado de “progresismo”, auspiciado desde La Habana, Caracas, São Paulo y ahora desde Puebla; listo para el zarpazo en 2022.
Erasmo elogió la locura, en un intento por salvar a la cristiandad y la sociedad renacentista; yo, sin pretensiones, me arriesgo a un “elogio del miedo” como mecanismo de supervivencia para un país amenazado.
Más vale tener miedo. Elogiado sea, si con ello contenemos la amenaza y salvamos a Colombia.