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Vie, Nov

Un pasado deseado

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Jesús Iguarán Iguarán

Jesús Iguarán Iguarán

Columna: Opinión

e-mail: jaiisijuana@hotmail.com
A inicio del pasado siglo Venezuela accedía a una vida llena de opulencia, aquella   tierra árida azotada por el viento, era un océano de petróleo.
Las rojas praderas, taladradas lo vomitaban a chorro negro y viscosos. Las giras retrocedieron despavoridas, los días venideros a la invasión parecían idílicos. Nuestra vecindad era un hormiguero de empresas extrajeras que venían tras la exportación de aquel oro negro que salía del subsuelo. Las rojas llanuras ennegrecieron de pequeñas figuras  que cavaban día y noche. Los caminos polvorientos quedaron obstruidos por toda suerte de vehículos. Una vez más, germinaron durante la noche poblados de tiendas y barrancas donde el día antes solo se encontraba la pradera desierta cegada por aquel cielo deslumbrante. De nuevo surgieron las casas de juego, los revólveres, las tabernas bulliciosas, salas de bailes, los burdeles, los hombres se mataban por un trozo de tierra bajo cuya árida superficie yacía quién sabe qué caudal de fluida riquezas. Cada hacienda abrasada por el sol, era una fortuna en potencia, cada grieta cada pozo, cada torrente seco podía ocultar un tesoro líquido. Cipriano Castro, José Vicente Gómez, Eleazar López Contreras Rómulo Gallegos, Marcos Pérez y demás gobernantes hasta  Luis Herrera Campins          todos estos pasaron a ser hombres mágicos, cuya riqueza superaba los más desatinados sueños. Por primera vez millones de barriles de petróleo brotaban sobre la arena, la pizarra, y la arcilla, para empapar la tierra requemada. Perforadoras bombas de succión, explosiones, en pocas palabras nuestros vecinos se hallaban en pleno delirio de locura. No se encontraba un kilómetro cuadrado en lontananza no había un palmo de tierra que no fuese perforado. A inicio del pasado siglo Venezuela accedía a una vida llena de opulencia, aquella   tierra árida azotada por el viento, era un océano de petróleo. Las rojas praderas, taladradas lo vomitaban a chorro negro y viscosos. Las giras retrocedieron despavoridas, los días venideros a la invasión parecían idílicos. Nuestra vecindad era un hormiguero de empresas extrajeras que venían tras la exportación de aquel oro negro que salía del subsuelo. Las rojas llanuras ennegrecieron de pequeñas figuras  que cavaban día y noche. Los caminos polvorientos quedaron obstruidos por toda suerte de vehículos. Una vez más, germinaron durante la noche poblados de tiendas y barrancas donde el día antes solo se encontraba la pradera desierta cegada por aquel cielo deslumbrante. De nuevo surgieron las casas de juego, los revólveres, las tabernas bulliciosas, salas de bailes, los burdeles, los hombres se mataban por un trozo de tierra bajo cuya árida superficie yacía quién sabe qué caudal de fluida riquezas. Cada hacienda abrasada por el sol, era una fortuna en potencia, cada grieta cada pozo, cada torrente seco podía ocultar un tesoro líquido. Cipriano Castro, José Vicente Gómez, Eleazar López Contreras Rómulo Gallegos, Marcos Pérez y demás gobernantes hasta  Luis Herrera Campins          todos estos pasaron a ser hombres mágicos, cuya riqueza superaba los más desatinados sueños. Por primera vez millones de barriles de petróleo brotaban sobre la arena, la pizarra, y la arcilla, para empapar la tierra requemada. Perforadoras bombas de succión, explosiones, en pocas palabras nuestros vecinos se hallaban en pleno delirio de locura. No se encontraba un kilómetro cuadrado en lontananza no había un palmo de tierra que no fuese perforado. 
Hoy toda aquella riqueza, todo aquel océano que no cesaba nunca de fluir y  convirtió a nuestra vecindad en unos de los países más potentado del mundo, por un capricho de seres de ingenio raquítico han puesto en un enorme peligro la supervivencia del Estado venezolano. El socialismo del siglo XXI fracasó como régimen, por veinte años consecutivos ha manejado de forma irresponsable a la nación, la han llevado a ser, el país donde la notable hiperinflación  jamás había sido conocida por nación alguna, ni siquiera países que se encuentra en estado de guerra, registran un momento tan deplorable como lo está demostrando el régimen de Maduro.Los seis millones de barriles diarios que el  2012 el presidente Chávez anunciaba para este año, se han reducido a menos de ochocientos mil barriles por día, lo que lo conlleva a considerarlo que no es un país petrolero, aunque sin duda aún en su subsuelo conserva un caudal del mineral aceitoso.
La acelerada inflación, la incomparable devaluación monetaria, la constates desapropiaciones  han provocado el éxodo del capitalismo y de igual manera el abandono de los compatriotas que según estadísticas más de seis millones de venezolanos se encuentran dispersado por todo el continente. No existe venezolano alguno que desee la caída del régimen, pues tienen ellos la esperanza que con el despido de Maduro, su moneda devaluada pasará a ser dólar americano, la producción petrolera galopará al compás de las empresas mundiales, sus compatriotas volverían a sus hogares, Venezuela volvería a labrar la paz, se propagará sin descanso la necesidad del desarrollo, el portentoso petróleo volvería a llevar a nuestros vecinos al pedestal de la gloria.Si su gobernante ciertamente desea el bien para los venezolanos y la conformidad para su patria, lo mejor que haría es renunciar, porque hasta ahora lo único que quiere el continente de Maduro, es asistir a su funeral.