Debo aclarar que estas palabras serán pronunciadas hoy en el templo de Uribia, por su autor.
No he venido aquí a sepultar solo un cuerpo humano, vine a recibir sentido pesares porque Dios me desprendido a mi hermano Leonardo Mejía “camarones”, vine a decirle a la violencia que ya basta de glorificarse con hacer banco a los hombres que en vida sembraron beneficio y dejaron como herencia el decoro, cuando ausentan a un como camarones, parece que la libertad en su pueblo se ha eclipsado. Dejemos ahora que la inmortalidad lo conduzca en sus brazos hacia los espacios abiertos, mientras Uribia afligida se inclina sollozando.
La muerte de camarones no es el ocaso de un sol que por las tardes de hunde en el firmamento y al amanecer se ve salir nuevamente en el firmamento. Este vil asesinato no solo lastima, la dignidad de su familia también lesionar la tranquilidad de un pueblo y arrancar de una etnia el racimo más cargado de mieles, es despejar de una comunidad el perfume de mayor aroma, es colmar una selva de injustica a un pueblo que jamás ha conocido el chantaje, el terror, el pánico.
Es inamisible que aquellos que infunden el terror, implanten una disimulada anarquía, cometan sus fechorías sin que se implante justicia, ya basta de tanta infamia, basta de guerra fratricida, no podemos permitir que nos sigan hollando con el herrado tacón de la injusticia. La intimidación, en este rincón de la península ha devaluado la vida del ser humano, ha implantado la mudez, se debe hacer silencio cuando se es testigo de un acto de crueldad, nuestro valor civil se ha encadenado, nuestro amor al prójimo agoniza colgado en la cuz de la impotencia, con los clavos de la pobreza, pero no pararemos mientes en aquellas vocecillas que nos insinúan el silencio, la palabra gobierna al mundo, hay que hablar sin descanso con fervor y coraje. Para romper esta atmósfera de mudez que acordona todos nuestros problemas y que nos causa la penosísima impresión de hallarnos frente a ellos en una actitud arrepentida, médula de temor y de adormecimiento, que impone la media luz en la alcoba de los moribundos. A nombre de la sociedad debe hablase alto y claro. De silencio está hecha la atmósfera de los sepulcros. De qué sirve la gloria si nos llega tardíamente, no podemos creer que es inútil esperar justicia, ¿qué han ganado los sicarios sacrificando a los hombres de benemérita conciencia?
El futuro es juez prudente, sereno, insobornable, sabrá hacer que se aplique justicia, y que aquellos infames protagonistas que maduran dejando cuerpos insepultos a cambio de dádivas irrisorias, jamás podrán borrar el estigma de quienes apelan al crimen para coronar su ambición. Es necesario infundir la paz, pero no aquella paz verbal, sino las que se fundan en las normas de la justicia que al conquistar la inteligencia de los hombres encamina también su querer y lo conduce ordenadamente.
A la temprana edad que llegó tu despedida no pudiste acaban de construir tu futuro, aquellos que jamás han sabido invocar la razón sin antes de apelar a la eficacia dolorosa de las formas violentas, cegaron tu vida, tu pueblo te llora y mientras haya quien llore no se debe hablar.