A finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, Venezuela se identificaba ante el mundo como un país gran generador de ingresos. El café, el cacao y en gran cantidad el ganado lo equilibraban como los principales generadores de ingresos de exportaciones y el sostenimiento de la economía venezolana.
Todos los aspectos sociales y de infraestructura del Estado, abriendo caminos y canales fluviales; así como el comercio El grano, el fruto y los semovientes cambiaron favorablemente las condiciones de vida del pueblo “Veneco”. Estas demandas hicieron de Venezuela el jardín florido de América, el predominio de éstas industrias representaban un pesado lastre para su desarrollo económico e incluso sacó al país de la postración financiera en que se encontraba.
Sin embargo, ésta industria fue muy efímera y la exportación fue perdiendo precio en el campo internacional. Debido a este fenómeno la producción agrícola fue apagándose con suprema lentitud. Como no se desconocía la existencia del oro negro, por lo contrario se había comprobado que sus reservas petrolíferas justificaban grandes inversiones para su exportación; sobre una economía estancada y atrasada, vino a insertarse un sector extranjero dotado de una tecnología y un potencial económico muy elevados, de esta manera el preciado mineral se convirtió en la principal fuente de ingreso para el Gobierno y en eje de la economía, y luego este producto aceitoso supera las tradicionales y ganancias que generaba el agro y se identifica como el mayor generador de divisas.
Rápidamente la explotación del hidrocarburo creció de manera acelerada, se emprendieron amplios programas de obras públicas y comunicaciones. En una palabra el petróleo hizo de Venezuela un país de una economía dinámica y amplias posibilidades de desarrollo. Con el auge del petróleo, la agricultura se desligó del resto de la economía y se transformó en un sector ineficiente y atrasado, al tiempo que se convirtió en una rémora para el desarrollo económico.
Con el apogeo de este oro negro, el país empieza a vivir momento de máximo esplendor económico, la industria manufacturera era prácticamente inexistente, los elevados ingresos procedentes del petróleo permitía comprar todos los productos en el exterior. Basado en el mineral, el aumento de vida se tradujo en un afán consumista que determinó una balanza de pago siempre deficitaria.
El campo petrolífero se apoderó del proletariado de la nación y el agro quedó en su totalidad al deshecho de la apatía. La agromanía que se practicó por muchos lustros y el agrómano que cambió su hábito de trabajar, arar, sembrar y luego cosechar, restó importancia al campo, el suelo pierde importancia relativa en todo el territorio, de igual manera la industria agraria y sus pocos labradores se ven afligidos por el exceso de la producción petrolífera.
El despilfarro de sus gobernantes demostrando que su producción bastaba para el sostenimiento económico del continente, fueron creando en el país una recesión que trajo consigo los elementos de una autentica depresión como financiera, la escasez de productos básicos y medicamentos, el cierre de empresas privadas que ha generado un masivo desempleo y la migración intensiva hacía otras partes del continente. Ahora ya no huyen por el régimen de Maduro, sino, la explosión de hambruna que le exige supervivencia. La corrupción política, la hiperinflación, la hiperdevaluación tienen al país en el más alto deterioro, aun instituirla en toda una rareza en un petroestado que hoy inscribe su nombre en la historia de los grandes naufragios sociales de América.