En una mañana del 2016 el país se levantó con privilegio de que su presidente había sido galardonado con el premio nobel de la paz, para el país y el mundo se hizo plausible la hazaña presidencial. Escudado en este premio se logró el “desarme” del cuerpo terrorista que por décadas ultrajó al país, luego pensamos que las extorciones, los secuestros, los asesinatos, las torturas, amenazas telefónicas, envíos de sufragios, asaltos con arma de fuego, atentados y todas las demás fechorías habían llegado al exterminio total, pero no, aún podemos palpar que son cercanas a nosotros las bandas criminales dedicadas al asesinato, al secuestro extorsivo con fines terroristas, las organizaciones seudomilitares y muchos otros entes que amparados en la actividad delictiva llegan a convertirse en el mejor instrumento de las pandillas.
Hoy las bicicletas que se utilizan como medio de trasporte para cumplir con el trabajo cotidiano, les ha abierto el apetito delictivo a los delincuentes que no vacilan en quitarla para apoderarse de ellas, de igual manera el celular de alta gama hace riesgoso su uso. Debido a la pequeñez del delito probablemente el Estado lo ha tomado como si fuese apenas una conducta desviada de tan leve entidad o de consecuencias tan limitadas que de ellos casi no se ocupa el aparato judicial, porque no se percata del daño ocasionado o lo descubre tardíamente, o porque el monto del perjuicio causado en tan pequeño que no justifica poner en movimiento la acción de la justicia, o tal vez considera que la reacción social no se manifiesta en sentido negativo, sin embargo, esta pequeña metamorfosis del delito es probablemente el inicio de la evolución de otra rama delincuencial.
Este fenómeno contribuye visiblemente a consolidar una insensibilización frente al dramatismo de la situación, a su consiguiente aceptación, e incluso ha llegado a que algunas porciones de nuestra ciudadanía, no involucradas previamente en actividades delictivas empiecen a pensar en el delito como una forma deseable forma de vida.
Es preciso no seguir alimentando la actitud deshumanizada de estos delincuentes, que por pequeño que sean, no dejan de ser los desestabilizantes de la vida social y la inseguridad para el ciudadano, pues debido a la evolución del delito, mañana podrían ser quienes de manera deshumanizada no solamente lograran penetrar de carácter exitoso a lo ilícito, sino también a asegurar su impunidad. Si hoy se conforman con el hurto de una bicicleta, mañana se observaran en el robo de automóviles donde ya no vacilaran en eliminar a la víctima aunque no opongan resistencia. No descartemos en señalar que este tipo de organización criminal puede tener una estructura formal de una empresa comercial o financiera orientada a la obtención de beneficios económicos cuya materia prima sería la humanidad ciudadana.
Si no adquirimos una conciencia de que el día de hoy el delito golpea nuestro país a través de mecanismos criminales de instantáneos resultados, desestabilizándonos en percusiones a veces imperceptibles pero de contundente ferocidad y barbarie, si no tomamos conciencia diáfana de que la colaboración para luchar contra el crimen masificado no es problema de imposición o de galopante unilateralidad egoísta, si no pensamos como comunidad unida con el propósito generalizado y común de aplacar los tentáculos de la maldad hecha telaraña, las luchas no pasaran de ser valientes conductas de Quijotes que terminarán en la frustración y en la anarquía.
La inseguridad avanza con innegable rapidez hacia las formas más elaboradas, sin que podamos detenernos en la búsqueda de un mecanismo para combatirlo. Es hora que el Estado adopte medidas en darle un nuevo aire a la seguridad ciudadana, porque de lo contrario seguiremos en la penosa realidad de vivir sometidos a una inseguridad perpetua.