El próximo 26 de agosto los colombianos tenemos por cuarta vez en lo que va del año una cita más con la democracia, esta última no será para elección popular, sino para cuestionar o escoger en siete preguntas “el régimen de la corrupción”, el ciudadano debe seleccionar mediante un SÍ o un NO, si acepta o rechaza este régimen.
El en pasado plebiscito por la paz realizado el 2 de octubre del 2016, solo 12.788.374 de colombianos asistimos a las urnas, mientras que en las pasadas elecciones populares todas estuvieron alrededor de los 20.000.000 de sufragantes.
El idioma de los números nos hace saber que las elecciones populares inquieta más a los colombianos que cualquier plebiscito, lógicamente estas elecciones se identifican con innumerables aspirantes en busca de curules, la Cámara de Representantes tiene más de 160 escaños y el Senado supera los 100, lo que genera cantidades de aspirantes que riegan su propaganda en paredes, postes, emisoras, televisión, periódicos, conceden entrevistas y prometen ser celosamente cuidadosos de los intereses del pueblo.
En el primer debate presidencial fueron más de cinco candidatos de los cuales solo dos pasaron por norma al segundo debate, sin embargo, se llegó a sumar cerca de los 19.000.000 de votos.
Para que el plebiscito de agosto sea válido deberán superar el 33% del censo electoral es decir más de 12 millones de sufragios, asimismo para que cada pregunta sea avalada se necesita la mitad más uno, es decir 6.130.000 sufragios, algo menos que los que votamos por el NO en octubre del 2016. Cuando este proyecto se puso en consideración en la alta Cámara, los 84 senadores presentes votaron por el proyecto de manera unánime, aunque sin ambages los presentes dieron es visto bueno, creo sin llegar a equivocarme que lo hicieron porque cualquiera de los miembros que se negara a realizar este propósito sería tildado de inmoral, probablemente muchos de los que efectuaron su voto lo hicieron porque corrían el riego de ser censurados por falta de ética.
Este nuevo plebiscito supuestamente es para combatir el flagelo de la corrupción, que tanto daño le ha hecho a Colombia, a pesar de que incluye preguntas como el de rebajar las dietas de los parlamentarios y limitar su ambición de ser elegido por más de tres periodos, me llena el optimismo que masivamente se hará positivo el deseo de acabar con este verdugo que no ha descansado en azotarnos.
Yo, ciudadano oscuro y desconocido, procedente de un terreno ingratamente ignorado y árido anhelo tal vez como lo anhelan los colombianos, bregar para que la corrupción llegue a su fin, e impulsar para que el proyecto tanga buena acogida, porque no es el deseo de los que lo encabezaron el proyecto, sino que considero que el deseo de una provincia o tal vez el deseo de toda la nación.
El proyecto anticorrupción fue presentado a consideración del Congreso de la República por más de siete veces e igualmente improbado, solo en la octava tuvo aceptación.
Negar el voto el 26 de agosto es cometer una falta incalificable, y quien así lo hiciere, se haría por ello reo de un delito que aún carece de nombre, pero NO: nosotros somos republicanos, somos agradecidos, somos anti corrupto y ante todo somos colombianos, por estas razones, no dudo que toda nuestra muchedumbre votará favorablemente, para demostrarle al mundo que somos celoso de nuestros propios intereses y que somos ajeno a todo aquello que vaya en menoscabo de nuestros beneficios financieros.