Desde que nos bautizaron con nombre de Colombia, la corrupción ya se paseaba por todo el continente y hoy los funcionarios la llevan impregnada en su labor como un tatuaje inherente.
La corrupción se ha descarado de manera tan notable, que en la década de los noventa, el narcotráfico llegó a ser alianza para la elección del presidente Samper, suceso que en Colombia se conoció como el proceso 8.000.
Este monstruo guarda semejanza a los ofidios venenosos, no conserva miembros para su movilidad, es totalmente sordomuda, sin embargo circula por todos los corredores de los inmuebles estatales sin que se note su presencia, sin escuchar ni comentar nada, sin embargo, no existe funcionario que la desconozca y que no haya recibido de ella un generoso abrazo.
A diferencia de los ofidios su mordedura es totalmente inocua, pero a su vez notablemente letal, pues, su picotazo carece de antídoto que pueda contrarrestar su toxica labor. Hasta ahora redunda en daño incalculable en la vida fiscal del país, igualmente es supremamente osada porque se ha introducido en los lugares más sagrados de la patria, donde no se debe ingresar nada ajeno a la dignidad y al decoro.
La constructora Odebrecth ha ingresado de manera escandalosa al Altar más sagrado de la patria, como es la Casa de Nariño, donde solo despacha la mayor magistratura del país. Este escándalo bochornoso no solo afecta la respetabilidad presidencial y política de segundo nivel, sino que se sospecha que el dinero sucio ingresó a las toldas de la campaña presidencial del presidente Santos (2010- 2014), quien debe enarbolar la bandera de la lucha anticorrupción.
Es sorprendente que quienes juzgan los casos de corrupción se encuentren en entredicho, el anterior presidente de la Corte Suprema, doctor Francisco Ricaurte, se halla cautivo en la cárcel La Picota, señalado de formar parte de una red en la que políticos pagaban millonarias sumas para que los procesos del Alto Tribunal los favorecieran. Igualmente pagando pena se encuentra en los Estado Unidos, el Dr. Gustavo Moreno, ex fiscal de anticorrupción.
Ex presidente, presidente, fiscales anticorrupción, presidente de la Corte Suprema, alcaldes, gobernadores, contratistas, incluso auditores, no se atreven a firmar un contrato sin antes poner en claro la dimensión de la mordedura, actos bochornosos que sólo han logrado que se propague ante el mundo nuestra carencia de disciplina.
Debemos erradicar el parasitismo devorador que consume sin provecho las contribuciones nacionales; nos corresponde extinguir esta casa de beneficencia llamada tesoro público; que raspa de la sobrehaz de la República la asquerosa lepra del peculado que se viste de diversos modos
La prosperidad de un país no se improvisa ni se crea por ensalmos, si en verdad deseamos el progreso para Colombia, debemos implantar la armonía interna, estimular la industria, poseer espíritu de asociación, llevar a cabo obras de mejoramientos, sin mordedura, en breves palabras más ciencias, más iniciativas, más trabajos, conservar siempre la disciplina, pues es ella una necesidad en toda agrupación humana. ¿Por qué vacilar al implantarla? El progreso es la obra de los inconformes dentro del método científico y la disciplina en marcha, pero no ha sido ni será jamás fruto de la ligereza, del desorden y la corrupción.
Cómo añoramos la urbanidad de Carreño, aquella que nos enseñó las culturas primordiales para nuestra formación moral. Nos alarma que en los claustros se niegue esta formación que inaplazablemente necesitamos, para que higienice nuestro raquítico conocimiento y podamos lograr el antídoto para este flagelo.