Todo se veía venir. En 2011, por presión de Chávez, se suspendió la fumigación en el Catatumbo. En 2014 en Putumayo por presión de Correa, y en 2015 en todo el país por presión de las Farc. Resultado: 200.000 hectáreas de coca y dos inmensas regiones entregadas a la violencia por la incapacidad del Gobierno para controlarlas.
Frente al paro armado del EPL y su guerra con el ELN por el control del narcotráfico en el Catatumbo, el ministro de Defensa dio parte de tranquilidad en medio del terror de las gentes, y se declaró sorprendido por la decisión local de suspender clases. Para él, nada tan grave está sucediendo que lo justificara.
Frente al rechazo de los alcaldes por el abandono del Estado, el comandante de las Fuerzas Militares, que esperaba mejor recibimiento, solo atina a reconocer su impotencia para controlar un territorio agreste, de difícil clima y sembrado de narcoterrorismo. No obstante, las noticias reportan ¡8.000 efectivos militares en la zona!
Hace ocho días las disidencias de las Farc volaron dos torres y otra vez dejaron sin luz a Tumaco. Restablecido el servicio, la dicha duró poco, porque el ELN voló otra torre y volvió la oscuridad. El ELN negó la autoría, porque -quién lo creyera- “tiene prohibido realizar atentados contra la infraestructura eléctrica que beneficia a la población”. Para lo que les importa a los afectados si fueron los unos o los otros, y al Gobierno tampoco parece importarle porque las noticias no reportan reacción alguna; como si fuera normal. ¡Otra vez Tumaco!
En la misma frontera las disidencias asesinaron a los periodistas ecuatorianos, noticia que conmovió al mundo y desnudó la terrible violencia del posconflicto ante la opinión internacional, encandilada por la paz de Colombia. Ahora mismo permanece secuestrada una pareja ecuatoriana, mientras ¡4.000 efectivos! persiguen a Guacho.
El gobierno ecuatoriano, que en la era Correa albergó a las Farc y, por instrucciones de Chávez, la emprendió contra nuestro país por el ataque al campamento donde fue dado de baja Raúl Reyes, hoy, al sentir la dureza de la violencia en carne propia, cambió su libreto colaboracionista con el narcoterrorismo y renunció al papel de garante y anfitrión de las negociaciones con el ELN.
La canciller Holguín, con cara de circunstancias, expresó la comprensión del gobierno a la decisión de Lenin Moreno y anunció, como para mermar la vergüenza, que de todos modos las negociaciones iban a proseguir en una sede alterna. Lo siento, pero hay una “sutil” diferencia entre querer irse y ser echado.
Como si fuera poco, la ONU se ocupó del tema y la embajadora de Estados Unidos, sin pelos en la lengua, amonestó a Colombia por más esfuerzos en el control del narcotráfico y de los territorios dejados por las Farc.
El resultado es dramático: Las fronteras incendiadas y las mafias…, de fiesta.