Cuando se piensa en un partido político, viene a la cabeza la imagen de una institución capaz de agregar los intereses y problemas nacionales y construir respuestas y soluciones. Sin embargo, hoy en Colombia el referente de un partido político es la desconfianza y el repudio a la política y a los políticos. La crisis de los partidos, sin excepción, ha minado la credibilidad y el interés ciudadano por participar en el destino de su país. Ya sea porque se perdieron sus principios fundadores, porque la arbitrariedad fue el determinante de sus decisiones o simplemente porque sus miembros se dedicaron a la mecánica y olvidaron las ideas.
Los anglosajones nos vendieron en la década de los 90 la idea de que las organizaciones de la sociedad civil podían remplazar en sus funciones a los partidos. Pero no lo hicieron porque responden a intereses y causas específicas sin tener la vocación de interpretación general que representan los partidos.
Esta situación no es nueva, por el contrario, fue denunciada por mi padre Luis Carlos Galán Sarmiento desde el año 1976, cuando comenzó la construcción del Nuevo Liberalismo. Una iniciativa para dar respuesta a la demanda de una nueva sociedad, que no se sentía representada por las fórmulas de hacer políticas promovidas por los partidos tradicionales.
Lamentablemente el camino de limpiar la política de la politiquería se vio truncado por el homicidio de Luis Carlos Galán que no fue un acto casual ni fortuito, sino más bien una estrategia criminal planeada por agentes del Estado, narcotraficantes, miembros de la clase política colombiana y por las Autodefensas del Magdalena Medio.
Más grave aún, hoy sabemos que Luis Carlos Galán no fue el único miembro del Nuevo Liberalismo que fue víctima mortal por sus ideas de cambio. Por el contrario, la justicia ha demostrado que lo que aconteció fue un exterminio físico sistemático, dirigido a eliminar a esta nueva fuerza del escenario político nacional que estaba a punto de entrar en la Casa de Nariño.
Hoy los reclamos y la necesidad de abrir nuevos espacios de participación política, siguen tan vigentes como en los años 70. Por eso, si algo debe significar la paz firmada en este país, no es solamente la dejación de armas por parte de las Farc o la transformación de aquellos en un partido político. Requiere una profundización democrática que permita el surgimiento de nuevas fuerzas en el escenario político y vuelva a encauzar el camino de nuestro país, para atender una población que en su mayoría no tiene interpretación política.