Le cayó el mundo encima a María Fernanda Cabal por atreverse a “ofender la memoria histórica”, según acusación de 76 politólogos de la Universidad de los Andes, que terminó en linchamiento mediático a raíz de sus declaraciones sobre la “masacre de las bananeras” en 1928.
Con sustento en investigadores serios, María Fernanda sostiene que no fue una masacre, es decir, el asesinato de personas en estado de indefensión, sino una confrontación con civiles armados; y que la cifra de 3.000 víctimas es un mito que García Márquez convirtió en “dato histórico” en su obra máxima, para luego desmentirlo en una entrevista en 1990.
En este país es castigado cuestionar al Nobel, pero me asombra el reconocimiento de que, en su relato, “quería llenar un ferrocarril completo de muertos”, para confesar luego que “Decir que todo aquello sucedió para 3 o 7 muertos, o 17 muertos… no alcanzaba a llenar ni un vagón. Entonces decidí que fueran 3.000…”, Y concluye con una afirmación algo cínica sobre su responsabilidad en tal distorsión histórica: “Es decir, la leyenda llegó a quedar ya establecida como historia”.
Así se escribe la historia; a partir de hechos que se magnifican o demeritan, y se explican a través del prisma del poder o la influencia de quien los relata. Es la narrativa interesada convertida en “memoria histórica”.
Gran parte de nuestra historia contemporánea ha sido narrada por El Tiempo, un periódico con intereses políticos para la época de la huelga bananera, en medio de la arremetida para acabar con la hegemonía conservadora, de la que hizo parte la magnificación de esos hechos violentos. Fue esa misma narrativa la que “villanizó” a Laureano Gómez y al Partido Conservador como responsables únicos de la “violencia política”.
Los ejemplos abundan. Nadie niega el llamado exterminio de la UP, pero la narrativa de la izquierda lo utilizó políticamente, magnificó las cifras y lo redujo a una oscura alianza entre militares y paramilitares, desconociendo el papel de las Farc y del narcotráfico.
La Fundación Colombia Ganadera documentó el asesinato de cerca de 4.000 ganaderos, otro “exterminio” que, sin embargo, no recibió publicidad ni estremeció a nadie, porque la narrativa de la izquierda comunista, con el apoyo de los medios y del Gobierno socio de las Farc, estigmatizó a los ganaderos como paramilitares y victimarios, ocultando su condición de víctimas.
Hoy el fenómeno de la narrativa interesada convertida en historia adquiere relevancia, cuando la Comisión presidida por el padre De Roux, nieto de Ignacio Rengifo, ministro de Guerra cuando lo de las bananeras, comience a establecer “la verdad” que se convertirá en historia de esta época aciaga.
Frente al innegable sesgo ideológico de muchos de sus miembros es legítimo preguntarse: ¿Cuál verdad se va a encontrar?, ¿qué historia se va a escribir?