No es difícil crear ídolos en la época juvenil. Mucho menos si esos privilegiados pertenecen a la farándula, que de alguna forma se enmarca en el mundo de la ficción. Esas aficiones crecen poco a poco, cotidianamente.
En el cine, por ejemplo, rutilantes actores y actrices se convirtieron en ídolos a través del celuloide. Me refiero a épocas pasadas. La pantalla grande –no había pantalla chica– los mostraba a un público cada vez más numeroso formado en gran parte por niños y jóvenes de todos los países del mundo. Después de la Segunda Guerra mundial el cine invadió las salas con películas que recreaban las acciones épicas de soldados y batallas que la radio había mencionado profusamente. Comenzó una oleada que aún no termina, si tenemos en cuenta el éxito de la cinta ‘Dunkerque’, con argumento alusivo a la evacuación de un destacamento de los Aliados en territorio francés. Ya eran famosos muchos actores y actrices; pero para las mentes de los jóvenes eran insustituibles Cary Grant, Rod Hudson, Gregory Peck, Kirk Douglas y tantos más que sería imposible agotar la lista. En las películas de guerra llamaba la atención Audie Murphy, considerado “el soldado más condecorado de la Segunda Guerra Mundial”.
Por estas Acotaciones han desfilado íconos del cine que se nos antojaban inmortales. Hace algunas semanas, buscando información variada, nos topamos con la imagen de Tony Curtis. ¿A dónde fue a parar el cuidado copete que tanto imitaban los adolescentes de hace décadas? ¿Pensó Brigitte Bardot que su piel, tersa y resbalosa en otro tiempo pudiera convertirse en la que tiene hoy? Y las piernas de Marlene Dietrich, las mejor cotizadas de su tiempo, ¿qué se hicieron en su vejez?
Entre tantos actores y actrices que dejaron su impronta imborrable en la mente de “los jóvenes de hace rato”, escogemos hoy la figura de Robert Mitchum, quien hubiera cumplido cien años este mes. Robert Charles Durman Mitchum nació en Bridgeport, Connecticut, Estados Unidos el 6 de agosto de 1917. Su padre era un soldado de origen escocés e irlandés; su madre, inmigrante noruega. Robert Mitchum fue detenido varias veces por vagabundo y trabajó como minero, estibador, portero de un cabaret, colaborador de un astrólogo y boxeador profesional. En 1934 comenzó a trabajar en el cine. En 1943 logró popularidad con la película ‘También somos seres humanos’, que le valió una mención para el Oscar. Nunca ganó este premio.
En nuestra juventud vimos muchas películas con Robert Mitchum, ya fuera en el papel de galán, de villano, de soldado o de vaquero. Su solo nombre arrastraba a la muchachada entusiasmada por las películas de “vespertina y noche”, como las anunciaban los carteles. Mitchum es recordado principalmente por sus papeles como protagonista en algunas de las obras más importantes del género conocido como cine negro. Es considerado precursor del antihéroe en los filmes de las décadas 50 y 60. Tuvo una actuación destacada en ‘El cielo fue testigo’ o ‘Solo Dios lo sabe’, con Deborah Kerr, dirigida por John Huston en 1957. También en ‘Yacuza’, en 1975, dirigida por Sydney Pollack. Fue actor principal en películas como: ‘Bandido’ (1956), ‘Sangre en la luna’ (1948), ‘No serás un extraño’, (1955), ‘La noche del cazador’ (1955), ‘El póker de la muerte’, 1968, ‘El cabo del terror’, ‘La hija de Ryan’, ‘Camino de Oregón’ y ‘Detective privado’. Algunos actores deben su fama, entre otras cosas, a su muerte prematura –James Dean falleció en accidente automovilístico antes de cumplir veinticinco años–. No es el caso de Robert Mitchum, quien logró extender su existencia hasta el 1 de julio de 1997.