Mi amigo cubano, Emilio Fernández de Armas, soñaba al menos una vez a la semana con que le cortaba las barbas a Fidel. El sueño se repetía, una y otra vez, por el trauma de infancia de Emilio, de haber crecido en la revolución, lo cual significó que Fidel le robó su futuro y los bienes de su familia, le partió a su núcleo familiar, le racionalizó la comida, lo obligó a pasar hambre y necesidades y lo condenó al desagradable sabor de la crema de dientes rusa, la cual decía él que aún podía saborear.
El liderazgo de Fidel, decía Emilio, puso a vecino contra vecino, con los comités de cuadra de la revolución, socializó la pobreza y acabó con la libertad y libre expresión de los cubanos. El papá de Emilio logró sacarlo a los 17 años de Cuba a los EEUU, donde lo conocí, estudiando inglés, un cubano afectado por la revolución y un colombiano de provincia monolingüe. Sus abuelos, quienes lo criaron, padecieron la revolución y envejecieron y murieron solos. Emilio no pudo ir a su entierro, pero seguro sus abuelos murieron felices de solo saber que su nieto había salido de Cuba y de la infernal, estúpida y sin sentido revolución cubana. Yo le decía a Emilio: nunca le vas a poder cortar las barbas a Fidel, pero seguro se las va a quemar el diablo en el infierno. Finalmente, para satisfacción de mi amigo Emilio, así será. A Fidel, para que lo dejemos claro, no hay que agradecerle nada. Sus acciones no tienen mérito alguno digno de emular o alabar. Su obra se la llevará el viento en unos años y no quedará ningún monumento de él en Cuba. El pueblo cubano lo recordará con desprecio. Sus acciones fueron de hecho y de suyo malignas, carentes de cualquier bondad y no susceptibles de ser calificadas con algún adjetivo positivo. Nada de lo que hizo pasará el test de la historia como algo digno de repetir. Cuba y los cubanos son los damnificados de toda la demencial dictadura que encabezó Fidel durante más 50 años. En menor medida, también somos damnificados los latinoamericanos, en especial los venezolanos y los nicaragüenses. La exportación del comunismo cubano, en algunos casos exitosa, es otra de las acciones que no hay que alabarle ni agradecerle a Fidel. A Colombia siempre la tuvo en la mira. Fidel siempre quiso que, a través de las guerrillas, patrocinadas y protegidas por su régimen, se importara el modelo cubano a Colombia. Por ello, cualquier colombiano que quiera a su país y a sus instituciones debe repudiar a Fidel, sus acciones y lo que trató de hacer con Colombia durante décadas y, debe entender que, esa negociación y acuerdo que se fraguó con las Farc en Cuba, no es más que la última estratagema, el último truco, de Fidel para tratar de vender en Colombia el modelo cubano, o lo que llaman el castro-chavismo, con su variante venezolana. Esto no es una utopía, es una posibilidad, más real que fantasiosa, y que está a la vuelta de la esquina. Si los colombianos no exigimos que se cumpla la constitución y la ley y aceptamos que no se modifique de manera sustancial el acuerdo rechazado en las urnas, para que finalmente el acuerdo lo refrende el pueblo, abriremos la puerta para que exista la posibilidad de que se cumpla el sueño de Fidel. Por ello, no queda más que decir que ojalá los colombianos no tengamos el mismo sueño de mi amigo Emilio en un futuro, de córtale las barbas, no a Fidel, pero a Timochenko, por todas las cosas que vivió mi amigo Emilio y que podríamos vivir nosotros.