En Colombia debatimos por casi todo. Somos un país contestatario. Todo se discute y se cuestiona. El problema, sin embargo, no es discutir o cuestionar, sino la imposibilidad de llegar a acuerdos que solucionen los conflictos y que sirvan de sustento a las políticas públicas, conforme a que muchas veces el centro de los debates no es lo que verdaderamente importa. Muchas veces, por intereses personales o políticos subyacentes, o por simple capricho y terquedad, y no por la búsqueda de lo que más le importa a la colectividad o la nación, el debate se realiza sobre asuntos accidentales y periféricos, o se tiran cortinas de humo, lo cual impide la identificación del problema y la solución del conflicto.
El caso de la Ministra Parody es un ejemplo. El interés general es trazar una política pública sobre tolerancia y no discriminación en el ambiente escolar. El mecanismo claro para ello es el manual de convivencia de los colegios, para lo cual se hicieron unas cartillas, en cumplimento del fallo de la Corte Constitucional. No obstante, sin analizar el interés general y los valores del grueso de los colombianos, se trazaron unos derroteros inadecuados para influir sobre ellos.
Así, la discusión no se dio sobre lo que realmente importa, que es la orientación de la política pública de tolerancia y no discriminación, y terminamos envueltos en un debate inane que incluye asuntos personales, como la condición o preferencia sexual de la Ministra, y si ello influye o no en sus políticas, o cuestiones que en realidad no agregan y no importan como son la existencia o no de las cartillas, o el uso o no de los recursos públicos en la cartilla, o si la cartilla era o no un documento autorizado o un borrador, o si la Ministra mintió o dijo la verdad, etc.
La realidad, es que perdimos una oportunidad para debatir sobre la tolerancia y la no discriminación y el papel del Estado, la Familia y los Colegios, específicamente en la educación a temprana edad para evitar el matoneo y discriminación. De hecho, la Ministra, a pesar de contar con una posición de poder que le facilita dirigir el debate a lo importante, cayó en el facilismo de la victimización, de la negación y de echar culpas a los Ministros y a los gobiernos anteriores. Con su conducta, la Ministra volvió importante y centro del debate lo que es accidental y periférico. Lo mismo pasa con los Acuerdos de La Habana. El meollo del asunto no es sí o no a la paz y si unos quieren la paz y otros la guerra. El centro del debate no es el facilismo del sí y el no a la paz. El centro del debate es si los acuerdos son o no son adecuados para la nación en general, y para cada individuo en particular, por los méritos propios de ellos. Establecer eso requiere un conocimiento detallado y profundo de los mismos y una libertad de conciencia de cada individuo que no sea influida, por unos u otros, o las Farc, con presión, propaganda, mentiras y verdades a medias. Pero, es de especial cuidado, la conducta de quien detenta el poder, pues él da la nota o el tono para que suene el concierto nacional.
En conclusión, no se puede caer en discusiones bizantinas que no abordan el verdadero problema o asunto a resolver. Si fuere ello así, la discusión periférica podría estar enraizada en egos, caprichos e intereses personales o políticos subyacentes, distintos a los de la colectividad, lo cual implica de suyo que se estarían usando cortinas de humo y se estaría manipulando a la opinión pública. La invitación es entonces a debatir sobre lo que realmente importa, para así lograr abordar los problemas y solucionar los conflictos en interés de la nación.