Bolívar, el Libertador, el hombre fuerte de la independencia, es sin duda uno de los hombres más grandes de la historia mundial. La BBC de Londres cataloga a Bolívar como el americano más prominente del Siglo XIX.
Las razones para ello son innumerables. Conforme a la BBC, con sólo 47 años de edad, éstos son los logros de Bolívar: “peleó 472 batallas, siendo derrotado sólo 6 veces. Participó en 79 grandes batallas, con el gran riesgo de morir en 25 de ellas. Liberó 6 naciones, cabalgó 123 mil kilómetros, más de lo navegado por Colón y Vasco de Gama unidos. Fue Jefe de Estado de 5 naciones.
Cabalgó con la antorcha de la libertad la distancia lineal de 6.500 kilómetros, que es aproximadamente media vuelta a la Tierra. Recorrió 10 veces más que Aníbal, 3 veces más que Napoleón, y el doble de Alejandro Magno. Sus ideas de Libertad fueron escritas en 92 proclamas y 2.632 cartas. Y el ejército que comandó nunca conquistó, sólo liberó.” Impresionante, lo que hizo y lo que le debemos al Libertador.
No obstante, causan bastante pesar los episodios que siguieron en su vida desde el año 1826 hasta su retiro de la Presidencia en el año 1830. Algo le pasó al Libertador, en la Señorial Lima, pues lo cierto es que no hay disparate mayor que la Constitución Boliviana de 1826.
No sé de dónde sacó Bolívar ese esperpento, una Constitución que trataba de conciliar todo y finalmente dice mucho y nada. Una Constitución con una Presidencia vitalicia e irresponsable, un poder judicial, dos cuerpos legislativos inspirados en los Romanos, una cámara de plebeyos o tribunos y otra de senadores, y un poder social de censores vitalicios, como una especie de poder moral y de buenas costumbres.
Todos elegidos por un poder electoral de colegios y juntas electorales calificadas. Pensó que con una constitución como esa, con una presidencia vitalicia, se aseguraba la estabilidad y se erradicaban las divisiones políticas. A su regreso a Bogotá, de Lima, terminó investido con facultades extraordinarias y ungido como dictador. Igualmente, a pesar de que la Constitución de Cúcuta no se podía reformar, pretendió modificar la misma, trayendo para ello el esperpento boliviano.
Los granadinos, que eran y son fieles a los valores y principios democráticos, guiados por la mano serena y justa del “Hombre de las Leyes”, Santander, trataron de oponerse. Unos con ideas y dentro del sistema democrático y otros, desafortunadamente, violando la ley, tomaron las armas y casi cometen Parricidio.
El episodio fue francamente deplorable y vergonzoso. La moraleja no es nada distinta, aparte de que no se debe usar la violencia para imponer las ideas, es que el poder requiere de mesura y que los cambios institucionales deben estar dentro del marco legal y ser razonables. No puede el Presidente, sean cuales fueren las circunstancias, estar ungido con facultades extraordinarias y realizar malabares constitucionales porque las circunstancias así lo requieren.
De hecho, ninguna circunstancia justifica la irresponsabilidad del Presidente, ni que se le otorguen o concedan poderes especiales, ni que se quebrante la armonía constitucional e institucional. Si así se hace, ello no termina en nada bueno, conforme a que el fin no justifica los medios.
Así, cualquier acercamiento, que le proponga Santos por la paz de Colombia a Uribe, debe estar basado en valores y principios de democracia y justicia.
Santos no puede pretender que la paz se haga con contenidos inaceptables, al estilo de la Constitución Boliviana de 1826, guardadas las proporciones, como en su momento lo pretendió el Libertador por la conveniencia de la patria, y que Uribe, y todos aquellos que quieren la paz, pero no así, lo acepten y al final tengamos una paz esperpento, como lo fue en su momento la Constitución Boliviana de 1826.