Hace muchos años en los EE.UU., en los años 30´s, después de la caída de la bolsa del año 29, la economía americana estaba derruida, y lo más grave, el desempleo por las nubes. Los parados o desempleados eran millones. El Presidente de turno, era Franklin D. Roosevelt.
Un Presidente sin igual, quien ocupó la presidencia de la unión en cuatro oportunidades. En ese momento histórico, lanzó el famoso “New Deal”, el nuevo trato, que significaba la intervención del Gobierno Federal Americano en la economía de una manera y a una escala nunca antes vista. Para algunos heterodoxos, lo hecho por Roosevelt no era adecuado, incluso se discute históricamente su efectividad en algunas áreas. No obstante, el país entero, ante la necesidad histórica que requería aquella coyuntura, lo apoyó, al igual que el legislativo, para sacar las reformas requeridas.
La Corte Suprema, sin embargo, declaró varias de las reformas inconstitucionales y, en un acto de desesperación, Roosevelt trató de realizar una reforma para cambiar la composición de la Corte Suprema. Una jugada hábil, pero inadecuada, que se considera uno de sus más grandes pecados políticos. Un atajo para que miembros adicionales de la Corte, puestos por él, aprobaran sus reformas. Por fortuna, ello no se dio. Se conservaron las reglas del juego, es decir, las garantías legales y constitucionales que son necesarias para la legitimidad de los cambios institucionales.
Finalmente, Roosevelt pudo llevar a cabo las reformas, y ellas fueron, para muchos, todo un éxito. Al final del día las reformas se hicieron, dentro de la institucionalidad, guardando las debidas formas y respetando las reglas del juego. Así, las instituciones de la nación Americana se pararon en la raya y no permitieron que se cambiaran las reglas del juego para facilitar la introducción de las reformas. En nuestro país, desafortunadamente, parece que no pasará esto.
A parte de todo lo inusual, ilegal y peligroso que es “meter” los acuerdos de La Habana en el bloque de constitucionalidad, el Gobierno lo quiere hacer con un plebiscito tramposo, con una pregunta única de “sí o no”, y reduciendo el umbral del 50% al 13% del censo electoral. En otras palabras, si el censo electoral es de 30 millones de personas, las reglas del juego requerían para la validez de un plebiscito que salieran a votar 15 millones de personas. Si la Corte Constitucional decide declarar constitucional el cambio de reglas de juego, se requerirá la participación de un poco menos de 5 millones de personas para que los acuerdos se validen.
En otras palabras, el resultado del “sí” está asegurado. Y lo que estaremos decidiendo es el futuro de nuestra nación. Un futuro donde se prefiere ceder y premiar a los terroristas, con el consecuente abandono y manoseo de los más elementales principios y valores democráticos de legalidad y justicia. Estaremos simplemente construyendo nuestro futuro en arenas movedizas y con pilares de barro. Por esto el mensaje a todos los que creen que criticamos y no queremos la paz es: “a la paz sí, pero no así”.
A la paz sí, pero no así, en la forma en la que se está haciendo, con plebiscitos inadecuados y tramposos. A la paz sí, pero no así, con las concesiones que se están haciendo en justicia y otras materias. A la paz sí, pero no así, porque se engendrarán más violencias. A la paz sí, pero no así, con apuestas al futuro, a ver si los delincuentes cumplen y no abusan. A la paz sí, pero no así, porque eso es cederles a los delincuentes en perjuicio de los buenos. A la paz sí, pero no así, porque sería abandonar principios básicos de la justicia y la democracia. Colombia, a la paz sí, pero no así, porque eso sería traicionarte y entregarte a los que te han atacado.