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Le llegó a Serpa el momento de retirarse

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El Pájaro de Perogrullo

El Pájaro de Perogrullo

Columna: Opinión

e-mail: jplievano@outlook.com
Una de las cosas más difíciles en la vida es escoger el momento adecuado para retirarse. Retirarse no equivale, o no es, necesariamente, jubilarse per se y dedicarse a no hacer nada, sino el retiro de las actividades que han definido a las personas a lo largo de su vida, tales como la política, el deporte o la dirección de los negocios.


Claramente todas las profesiones y áreas en las que se desarrollan las profesiones son diferentes y, por ello, los tiempos o el momento adecuado de retirarse de las mismas no coincide.

Los futbolistas, por ejemplo, tienen una vida útil, a nivel competitivo hasta los 30 o 35 años. Más allá de esa edad es difícil seguir compitiendo, conforme es notorio el decaimiento físico y el mantenimiento del nivel competitivo. Los grandes equipos son implacables con los deportistas y los jubilan o traspasan a clubes de menor jerarquía. Algunos se retiran de manera definitiva y otros se van para la China o los EEUU a pasar sus últimos años en una liga menos competitiva y así poderse ganar los últimos dólares.

En la dirección de los negocios, en los cargos “Top Management”, las personas tiene una vida útil mayor y trabajan hasta los 60 o 65. El retiro no es necesariamente por el decaimiento físico, como en los deportistas, sino por la postura mental que puede ser anticuada y la necesidad de cambiar e innovar, lo cual se encuentra en la juventud o es sinónimo de ella.

En la alta gerencia, la experiencia, indudablemente cuenta, pero el retiro es necesario para imprimirle vigor a los negocios y salirse de los marcos o parámetros preestablecidos. Causa sorpresa a veces ver a grandes empresarios o presidentes de compañías quedarse anclados a sus puestos, lo cual en la mayoría de las veces condena a los negocios al fracaso o al menos al anquilosamiento. Pero la tapa de todo, la aberración mayor, es la profesión de la política. Los políticos pueden estar años en la actividad, sin innovar, repitiendo las fórmulas de antaño, una y otra vez.

Lo demuestra claramente Horacio Serpa a sus 73 años, no necesariamente por su edad, sino por la forma de hacer política. No cabe duda de que Serpa, gran político, ha tenido un rol protagónico en el acontecer político nacional.

Ha sido Juez, Gobernador, Senador, Representante, Constituyente, Alcalde, Ministro y Embajador. En fin, ha ocupado puestos en el Estado, de nombramiento y de elección popular, a nivel nacional y regional, en una carrera iniciada en los años 70. Mal contados, entonces, Serpa lleva 45 años siendo político. Se las sabe todas y ya ladra echado. Su estilo, parroquiano y de dichos, es famoso.

Quien no se acuerda de “paciencia pulgas que la noche es larga” o de “como dijo el armadillo” o de “nos enteramos por un anónimo” o del proceso 8.000, donde Serpa defendió a capa y espada, inclusive al costo de echar por la borda su carrera a la presidencia, a su jefe.

En fin, Serpa lo ha dicho y lo ha vivido todo, pero no entiende que, para el país, él representa lo que precisamente no se quiere más: la politiquería. Serpa es la viva y jurásica expresión de la vieja política (más actual que nunca y que se debe erradicar) que se hace a punta de puestos y repartijas para beneficiar a la clientela, que no tiene norte ideológico y que no reporta un beneficio real a los electores.

En esas condiciones el ejercicio de la política permite al profesional de la misma, una vida profesional atornillada, larga y fructífera, en beneficio del político, pero en detrimento del electorado.

Los políticos se quedan anclados a sus puestos y a su clientela, sin que haya renovación, y no son conscientes de que les ha llegado el momento de retirase, como lo debe hacer Serpa. Y por no hacerlo, cuando debió hacerlo, su participación en política por más de 45 años, de manera desafortunada, se reducirá a la caricatura de Matador en El Tiempo: “eso dijo Horacio Serpa mirando el frasco de mermelada, ni lo suelto ni lo aprieto ni me quedo sin la untada”.

Por: El pájaro de Perogrullo