03
Mar, Dic

La orfandad de sus voces

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Fuad Gonzalo Chacón

Fuad Gonzalo Chacón

Columna: Opinión

e-mail: fuad.chacon@hotmail.com

Sumergidos como estamos en una guerra que, aunque la plasticidad cosmética del tiempo no nos lo haga sentir así, ya entra en su noveno mes de gestación, sigue quedando en el aire una pregunta que la prensa cultural se formuló a finales de febrero, cuando los primeros tanques rusos avanzaban hacia Kiev, y que, sorpresivamente, todavía no recibe una respuesta del todo satisfactoria: ¿Y dónde está la literatura ucraniana? Muchos pensamos, inocentemente quizás, que la magnitud del evento bélico al que se enfrenta el mundo daría un impulso esteroideo a la traducción y publicación de autores ucranianos para alimentar la demanda de un público ávido de empatizar con la cotidianidad de una sociedad que a muchos nos suena a veces tan lejana. 

Finalmente, el tan anticipado surgimiento de las letras ucranias nunca ocurrió y su literatura quedó muy a la sombra de, por ejemplo, su música, la cual hizo historia ganando Eurovisión, o su danza, con el Ballet de Kiev llevando un mensaje de paz de gira por Europa. Pero entre la dolorosa orfandad de sus voces llega hasta nosotros, como un grito profundo que desgarra la indolencia del silencio, “Abejas Grises”, la última obra de Andréi Kurkov, el recordado autor que hace un par de años desembarcó en el mercado castellano con sus recordadas obras “Muerte con Pingüino” y “El Jardinero de Ochákov” y que, lamentablemente, aún hoy continúa como la única pluma comercialmente viable de Ucrania en nuestra lengua.

“Abejas Grises”, como no podía ser de otra forma, es un texto intrínsecamente nostálgico y melancólico en el que nuestro héroe, Serguéi Sergueich, uno de los últimos habitantes de la ficticia Malaia Starogradovka, un pueblo diminuto en la Zona Gris cercana al Dombás, pasa sus días esquivando el fuego cruzado y los estallidos de proyectiles que van y vienen entre ambos bandos desde la anexión de Crimea por parte de Rusia. Su existencia es austera y desangelada. Sin electricidad ni noticias frescas desde hace meses de su hija o su exesposa, Serguéi pasa las horas disfrutando seguir con vida en medio de tanto caos y agradeciendo poder cuidar un día más de sus abejas que, aletargadas por una sobredosis de invierno, dormitan entre gorgoteos en sus colmenas.

La llegada de la primavera, y ya no los cadáveres anónimos que se encuentra aquí y allá o las explosiones que cada tanto sacuden su casa, hará que Serguéi abandone su hogar y se embarque en un gélido viaje de carretera rumbo a Crimea en busca de un lugar tranquilo en el que sus abejas vuelen libres de miedo. En el camino no solo tendrá que enfrentarse a la ambigüedad de estar bajo sospecha constante tanto de rusos como ucranianos, sino también a los predecibles desprecios hacia el forastero que trae el exilio voluntario, a la desazón de las familias que esperan pacientes el regreso de sus seres queridos desaparecidos por órdenes oficiales del Kremlin, a las esperanzas vacuas de los soldados que solo quieren volver con los suyos y a los jóvenes que, a pesar de todo, sueñan con un mañana mejor.