04
Mié, Dic

Minorías minimizadas

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

¿Alguna vez has escuchado esa reducción simplista tan manida en materia cuasi-jurídica según la cual "el derecho ajeno llega hasta donde empieza el mío", o algo así? Me niego a creer, por otra parte, que la frase del gran indio zapoteca, don Benito Juárez, pretenda significar lo mismo: "El respeto al derecho ajeno es la paz". Se trata de dos panoramas muy diferentes.

La primera proposición es nomás que el trazado infantil de un conjunto de esferas de individualidad que, por ser fruto de razonamientos equivocados, son, en sí mismas, elaboraciones equivocadas: no somos seres aislados los unos de los otros, y por eso, nuestras interacciones tienen que buscar la forma de coexistir sin que ello signifique roce de derechos, enfrentamientos entre los derechos de las personas. Pues no creo que hablar rígidamente de "derechos míos" y de "derechos tuyos" sea la mejor receta para evitar la confrontación tendenciosa en la colectividad; de hecho, estoy convencido de que la induce. La oración de Juárez, en cambio, es mucho más sólida: parte de la base del respeto generalizado, retroalimentado, para alcanzar un fin común, el fin último del Derecho: la paz.

Los partidarios de la primera concepción de la vida tenderán naturalmente a creer que hay una "lucha de derechos" en toda comunidad nacional, y aun en la incipiente globalizada. Les preguntaría a ellos, si pudiera: ¿significa tal cosa que, siempre que se considere amenazante para algunos temerosos con poder, el pedido de derechos de parte de las minorías debe negarse? O sea: ¿es posible que haya gente que crea que el ejercicio de derechos por parte de ciertas personas representa un límite para el ejercicio de los propios? Sí, es posible, lamentablemente. Y lo más grave de esto es que, entonces, siempre que exista la creencia, fundada o no, de que el reconocimiento de los derechos de las minorías es, al tiempo, una suerte de vulneración de los derechos de las mayorías, bastará para considerar la negación de la vida ajena como una legítima forma de desesperada auto-defensa. Por si no te has dado cuenta, amigo lector, estoy tratando de describir una monstruosidad, una aberrante realidad, que en Colombia ha tenido éxito: hay gente que, pese a respirar, no existe.

La teoría de las esferas individuales que no se pueden tocar, porque se produce la guerra, encuentra su antípoda en la nada original teoría de la interacción en la intersección, que se me "acaba" de "ocurrir". ¿Por qué no puede haber unas zonas interseccionales en las que se confundan los derechos de unos y otros, sin que nadie se sienta intimidado, y así, se dé una pacífica -no pasiva- coexistencia de diferencias, es decir, aquello que en otras partes del mundo se conoce como "sociedad", porque está compuesta de socios o asociados? En serio: ¿por qué no? ¿Por qué tenemos que insistir en uniformar a la gente como si el país todo fuera una gran penitenciaría? Esa es una buena analogía.

Una de las finalidades de la pena, en Colombia, es la cínica mentira de "resocializar al individuo". Más allá de que "el individuo" no se resocializa ni nada, sino que sale de la cárcel odiando más a la sociedad, vale la pena empezar a pensar si ese fracaso podría tener su origen en la falacia que implica querer imponerle a un infractor, por el hecho de la infracción, una nueva personalidad individual que se compadezca con los "valores" de la sociedad que ese pobre desgraciado ha osado romper.

Ese es un tema ya bastante tratado, pero me sirve como ejemplo para ilustrar lo del sometimiento de la mayoría sobre la minoría. En el caso de la cárcel, debate intermedio, es más o menos aceptable la imposición; pero, ¿lo es socialmente?, ¿es la sociedad colombiana una cárcel de más de un millón de kilómetros cuadrados en la que las minorías sencillamente no existen?