Hay mucha población que tiene que luchar para sobrevivir”.
Somos una sociedad envuelta en nuestras miserias. Hacemos culto a una cultura de hipocresía permanente. Todo se conjuga arbitrariamente. La entrega, la acogida y la aproximación entre semejantes suele ser una adhesión interesada. Hay una aceptación global de los valores y principios democráticos, pero la realidad es muy diferente en muchos países. No se producen acciones, verdaderamente inclusivas, ni en aquellos entornos naturales que se dicen demócratas. La desigualdad es un elemento que está ahí, golpeándonos con multitud de conflictos. En consecuencia, el panorama mundial no puede ser más desolador. Creo que nos falla ese espíritu auténtico que es lo que en realidad activa un diálogo constante entre la sociedad civil y la clase política. Solidariamente todos somos responsables de este desarrollo inhumano que nos deshumaniza como jamás. El ocuparse, y el preocuparse por el otro, no está hoy en los corazones. Nos falta compromiso, espacio cívico y voluntad para esos cimientos de buena gobernanza que todo ser humano se merece. Centrémonos en las personas. Jamás en las finanzas. ¡Cuántas víctimas de abusos! Ojalá aprendiéramos a respetarnos. Cuando tanto se nos llena la boca de moralidades, de dignificación de vidas, resulta que nuestros abecedarios menosprecian y violan vidas humanas, sobre todo si el individuo es débil y marginado. Andamos en una contradicción permanente, sin ética alguna, con una carga de falsedades que proyectan calvarios inenarrables.
A pesar de acortar las distancias, estamos más distantes que nunca. Son tantas las crisis que padece el planeta, que se requiere un cambio; cuando menos, revisar el camino, ser más responsables, darnos nuevos horizontes, apoyándonos en las experiencias positivas y rechazando las negativas. Nos conviene proyectar un modo nuevo de entender la vida. Hay mucha población que tiene que luchar para sobrevivir. Mejorar, por tanto, la prestación de asistencia humanitaria es vital, sobre todo en aquellos territorios en el que cohabitan seres vulnerables. Se me ocurre pensar en aquellos niños, mujeres y personas mayores, que han de ser protegidos ante su debilidad. La situación es crítica en buena parte del planeta, ya no solo por el cambio climático que es una amenaza existencial que va a provocar el colapso de algunas economías si no se toman medidas decisivas ahora, sino también por no imprimir una renovación ante el poderoso caballero don dinero, que continua dominándolo todo a su capricho, cuando es el ser humano el que ha de ser el foco y el fin de todo el recorrido económico-social. Sin duda, hemos de cambiar comportamientos, estilos de vida; de lo contrario, corremos el riesgo de destruirnos, de someternos a tensiones injustas, a ser manipulados como máquinas sin alma. El drama de la inseguridad viviente puede acabar con todos nosotros. Precisamente, la Cumbre de Acción Climática y de Cobertura de Salud Universal que tendrán lugar a finales de septiembre en Nueva York, pretende tomar medidas para abordar y mitigar estos impactos climatológicos, llamando a los líderes mundiales a que se comprometan en mejorar la calidad del aire, garantizando que todos las personas puedan acceder a los servicios de salud que demanden.
Por consiguiente, es hora de entusiasmarnos por nuestro desarrollo humanístico, que ha de ser integral y global. Tenemos que ensanchar la razón, pero igualmente el corazón. No podemos seguir lucrándonos de nuestros semejantes, tenemos que operar desde otros parámetros que no sean únicamente el beneficio, hay que tomar otros significados más socialmente responsables, corrigiendo las disfunciones que puedan presentarse, con actitudes más comprensivas, en términos de conexión, vínculos y participación. Al fin y al cabo, lo trascendente es que la humanidad aprenda a compartir deberes y derechos, a movilizarse por hacer familia, a crecer aunando esfuerzos conjuntos, pues reducir la pobreza depende de acabar con la exclusión y de proteger nuestro propio hábitat. Ya sabemos que las soluciones en un mundo tan diverso no son fáciles, pero lo que sí está claro, según un reciente informe de Naciones Unidas, es que “generar el crecimiento económico a base de aumentar el consumo de bienes materiales ya no es una opción viable a nivel mundial”. Como especie pensante, el camino recorrido nos indica que el modelo actual de desarrollo ha ofrecido prosperidad para unos y pobreza para otros, generando unos niveles sin precedentes de disparidad, que hemos de atajarlos cuanto antes. Todo debe de transformarse en acciones de amor y de verdad. La misma naturaleza que nos cobija es expresión de justicia, y como quiera que ella nos precede, ha de servirnos para encontrar el camino exacto para planificar conjuntamente un futuro que todos nos merecemos. Esta responsabilidad es global. En la manera en que nos tratemos unos a otros, y a nuestro entorno, recibiremos la respuesta, en un sentido plenamente humano o en otro sentido absolutamente deshumanizante. La reconstrucción o la decadencia del linaje están en juego. Yo me apunto a reconstruirme.
Hay mucha población que tiene que luchar para sobrevivir”.Somos una sociedad envuelta en nuestras miserias. Hacemos culto a una cultura de hipocresía permanente. Todo se conjuga arbitrariamente. La entrega, la acogida y la aproximación entre semejantes suele ser una adhesión interesada. Hay una aceptación global de los valores y principios democráticos, pero la realidad es muy diferente en muchos países. No se producen acciones, verdaderamente inclusivas, ni en aquellos entornos naturales que se dicen demócratas. La desigualdad es un elemento que está ahí, golpeándonos con multitud de conflictos. En consecuencia, el panorama mundial no puede ser más desolador. Creo que nos falla ese espíritu auténtico que es lo que en realidad activa un diálogo constante entre la sociedad civil y la clase política. Solidariamente todos somos responsables de este desarrollo inhumano que nos deshumaniza como jamás. El ocuparse, y el preocuparse por el otro, no está hoy en los corazones. Nos falta compromiso, espacio cívico y voluntad para esos cimientos de buena gobernanza que todo ser humano se merece. Centrémonos en las personas. Jamás en las finanzas. ¡Cuántas víctimas de abusos! Ojalá aprendiéramos a respetarnos. Cuando tanto se nos llena la boca de moralidades, de dignificación de vidas, resulta que nuestros abecedarios menosprecian y violan vidas humanas, sobre todo si el individuo es débil y marginado. Andamos en una contradicción permanente, sin ética alguna, con una carga de falsedades que proyectan calvarios inenarrables. A pesar de acortar las distancias, estamos más distantes que nunca. Son tantas las crisis que padece el planeta, que se requiere un cambio; cuando menos, revisar el camino, ser más responsables, darnos nuevos horizontes, apoyándonos en las experiencias positivas y rechazando las negativas. Nos conviene proyectar un modo nuevo de entender la vida. Hay mucha población que tiene que luchar para sobrevivir. Mejorar, por tanto, la prestación de asistencia humanitaria es vital, sobre todo en aquellos territorios en el que cohabitan seres vulnerables. Se me ocurre pensar en aquellos niños, mujeres y personas mayores, que han de ser protegidos ante su debilidad. La situación es crítica en buena parte del planeta, ya no solo por el cambio climático que es una amenaza existencial que va a provocar el colapso de algunas economías si no se toman medidas decisivas ahora, sino también por no imprimir una renovación ante el poderoso caballero don dinero, que continua dominándolo todo a su capricho, cuando es el ser humano el que ha de ser el foco y el fin de todo el recorrido económico-social. Sin duda, hemos de cambiar comportamientos, estilos de vida; de lo contrario, corremos el riesgo de destruirnos, de someternos a tensiones injustas, a ser manipulados como máquinas sin alma. El drama de la inseguridad viviente puede acabar con todos nosotros. Precisamente, la Cumbre de Acción Climática y de Cobertura de Salud Universal que tendrán lugar a finales de septiembre en Nueva York, pretende tomar medidas para abordar y mitigar estos impactos climatológicos, llamando a los líderes mundiales a que se comprometan en mejorar la calidad del aire, garantizando que todos las personas puedan acceder a los servicios de salud que demanden.Por consiguiente, es hora de entusiasmarnos por nuestro desarrollo humanístico, que ha de ser integral y global. Tenemos que ensanchar la razón, pero igualmente el corazón. No podemos seguir lucrándonos de nuestros semejantes, tenemos que operar desde otros parámetros que no sean únicamente el beneficio, hay que tomar otros significados más socialmente responsables, corrigiendo las disfunciones que puedan presentarse, con actitudes más comprensivas, en términos de conexión, vínculos y participación. Al fin y al cabo, lo trascendente es que la humanidad aprenda a compartir deberes y derechos, a movilizarse por hacer familia, a crecer aunando esfuerzos conjuntos, pues reducir la pobreza depende de acabar con la exclusión y de proteger nuestro propio hábitat. Ya sabemos que las soluciones en un mundo tan diverso no son fáciles, pero lo que sí está claro, según un reciente informe de Naciones Unidas, es que “generar el crecimiento económico a base de aumentar el consumo de bienes materiales ya no es una opción viable a nivel mundial”. Como especie pensante, el camino recorrido nos indica que el modelo actual de desarrollo ha ofrecido prosperidad para unos y pobreza para otros, generando unos niveles sin precedentes de disparidad, que hemos de atajarlos cuanto antes. Todo debe de transformarse en acciones de amor y de verdad. La misma naturaleza que nos cobija es expresión de justicia, y como quiera que ella nos precede, ha de servirnos para encontrar el camino exacto para planificar conjuntamente un futuro que todos nos merecemos. Esta responsabilidad es global. En la manera en que nos tratemos unos a otros, y a nuestro entorno, recibiremos la respuesta, en un sentido plenamente humano o en otro sentido absolutamente deshumanizante. La reconstrucción o la decadencia del linaje están en juego. Yo me apunto a reconstruirme.