“Necesitamos nuevas pedagogías, para reencontrarnos en ese ambiente armónico de quietud, que es lo que en realidad nos sosiega.”
No podemos continuar ciegos e indiferentes ante actitudes verdaderamente destructivas, que nos impiden apreciar la belleza que nos rodea, paralizándonos ese afán contemplativo del corazón y disuadiéndonos del gozo de compartir. Tenemos que ser más considerados entre sí y también con aquello que nos acompañan en nuestro diario existencial. Una de las cuerdas de necesidad es el respeto. Hay que reivindicarlo como el pan de cada día.
Desde luego, nadie nos puede truncar ese inherente espíritu de recogimiento que todos buscamos, en la atmósfera del silencio, después de una jornada cansina de andanzas. Sin duda, somos una generación que necesitamos nuevas pedagogías, para reencontrarnos en ese ambiente armónico de quietud, que es lo que en realidad nos sosiega.
Realmente, uno tiene que vivir por sí mismo, abriéndose a todo y a todos, para aprender a reprenderse cada cual consigo, y enhebrar otra mentalidad más lúcida y solidaria, pues es imperativo que trabajemos coaligados. Indudablemente, un buen talante siempre propicia alianzas a través de las gentes, la tecnología y la innovación. Lo que no es de recibo es que se acreciente una mentalidad de explotación hasta el extremo de hacer esclavos a los más frágiles, ya sea a través de un trabajo forzoso, una servidumbre involuntaria o un vasallaje sexual.
A poco que hagamos una mirada global, en tantas historias humanas, nos daremos cuenta que determinadas políticas continúan fomentando la discriminación y la xenofobia, que muchos países aún no garantizan los derechos fundamentales de los niños, que el tráfico de personas está adquiriendo dimensiones espantosas, que muchos migrantes y refugiados sufren horrores inimaginables, cuestiones que no deberían tolerarse en ningún lugar y bajo ninguna fórmula engañosa. Las cosas hay que llamarlas por su nombre, al menos para no ser oprimidos con la mentalidad del poder o de las riquezas.
Subsiguientemente, el sentido de una nueva ciudadanía, ha de tener otra proyección más humana, muy distinta a la actual que pone en el centro de todo el beneficio y el poder. No considera al ser humano como tal y esto es muy grave. El pedestal de las finanzas es el que impera. Los pobres apenas cuentan en este mundo de privilegios y poderosos. Sin embargo, toda esta ceguera que nos envuelve, se vence con la acogida, con el diálogo, con el amor en suma. Ya conocemos nuestras historias pasadas, es menester rechazar absolutamente la guerra y todas las formas de violencia e injusticia.
En un mundo donde, por desgracia para toda la humanidad, las tensiones y las dimensiones van en crecida, hace falta un control de armas y de una vez por todas firmar el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, que aún no ha entrado en vigor, después de más de veinte años de su aprobación. Su legado ensayístico no es más que destrucción.
En consecuencia, hemos de ganar seguridad en el mundo, pero con esta concepción mezquina actual, resulta bastante complicado incrementar la protección de los humanos, o de las mismas especies animales y vegetales. Sea como fuere, hemos de evitar la pérdida de vidas, de cualquier ser vivo, pues las tragedias todas son eludibles.
En el planeta hace falta justicia, pero también es menester alimentar el perdón, para que nadie en su interior active el deseo de venganza o el ansia de destrucción. Se requieren, por tanto, hombres de acción, con actitudes sabias nacientes en el corazón, líderes con energías morales, una ciudadanía sin adversarios, personas a todas horas de servicio, sin superioridades mundanas, dispuestas constantemente a donarse a través de un comportamiento inspirado en la escucha y en el hecho de que estamos llamados a ser una única familia humana, haciendo humanidad, lo que conlleva una mentalidad muy distinta a la presente, en la que la violencia llega a verse como algo normal y la irresponsabilidad es manifiesta.
Ojalá salgamos de esta alucinación de confundirlo todo, cuando en realidad hay que volver a ese espíritu auténtico, en un contexto de ecuanimidad, para que la entereza de la humanidad de hoy, de los pueblos y Estados, amanezca en la esperanza de interesamos los unos por los otros. Al fin y al cabo, sólo las obras y el conocimiento que llega desde dentro, a pesar del sentimiento de contradicción que puede injertarse en vena, es nuestra verdadera brújula. Lo significativo es reeducarnos para convivir unidos, perseverando en el vivir según la mentalidad del desprendido; y, en todo caso, contrariando la mentalidad de los dominadores de esta tierra abusiva.