Ante tantas trágicas realidades que nos circundan, debemos unir nuestros corazones, pues nadie puede lavarse las manos ante nada si no quiere ser cómplice.
Yo creo que el mundo ha de universalizar los compromisos para la construcción de una sociedad pacífica, orientada a la libertad, a la justicia y a la solidaridad. Nos hemos globalizado, pero ahora nos falta ese coraje vinculado de hacer mundo, conviviendo más y mejor, desde el respeto más íntegro hacia cualquier ser vivo. También la cobardía es un consentimiento que no podemos admitir. No olvidemos que estamos llamados a ser ciudadanos de alma, con lo que esto supone, para nuestra hoja de servicios en este paso por el planeta, de auxilio permanente y de guardia constante. Para ilustrar esta lucha, sólo habría que pensar en los más de 40 millones de personas, hombres, pero sobre todo mujeres y niños, que sufren la esclavitud. O en la multitud de aves migratorias a las que les hemos usurpado sus propios corredores aéreos y sus hábitats, por esa falta de cooperación a nivel internacional. Con demasiada frecuencia, olvidamos que nuestra identidad cultural como especie pensante, está profundamente arraigada a nuestro entorno biológico.
Ante estas situaciones que nos fragmentan, hemos de pensar en cómo hemos de transformar el mundo. Aun nos hacen falta derribar muchas barreras raciales. La desigualdad entre géneros tampoco ha disminuido. Pensemos que lo único que nos da solidez son las pruebas de amor, entendidas éstas, como actos de generosidad que todos, al fin necesitamos, cuando menos para ser felices, pues únicamente podemos serlo, al descubrir en el otro nuestra propia placidez. De ahí, lo importante que es una prosperidad mundial que no deje a nadie atrás. Indudablemente, hacen falta otras políticas proactivas de mayor apertura de horizontes, capaces de ensamblarnos y no de enfrentarnos, esto último como viene sucediendo.
Por eso, es fundamental que la comunidad internacional, con sus líderes a la cabeza, incorporen a la vía diplomática del diálogo, un nuevo entusiasmo capaz de aglutinar todas las voces. Pactar con el corazón y la mente es el más níveo de los compromisos. Dejemos, por tanto, que la humanidad se aliente a sí misma y por sí misma. Ojalá hallemos el aguante necesario y la paciencia debida, para no caer en ese afán dominador o en esa imagen social de acaudalado. Como decía Madre Teresa de Calcuta (1910-1997), misionera de origen albanés naturalizada india, “el que no vive para servir, no sirve para vivir”. ¡Qué gran axioma!