Estamos asistiendo a una especie de desnaturalización que nos deja sin verbo ni conjugación. Tanto es así que nada es lo que parece. Los efectos de esta locura son ya bien palpables. Mientras las Naciones Unidas se enfrentan a los desafíos de la seguridad colectiva del mundo, las voces de los más afectados son un continuo batallar que nos dejan en la incertidumbre permanente. A mi juicio, es crucial no sucumbir a la desolación, a pesar de las tensiones y conflictos que entre todos nos hemos generado. Hay que forjar un nuevo espíritu más reconciliador y hospitalario. La llegada creciente de migrantes que huyen de la inseguridad, la escasez y la represión de su país, tiene que movernos a ser más tolerantes y desprendidos, más acogedores en definitiva. Urge, por tanto, crear un clima de opinión pública favorable a la recepción de personas provenientes de otros países.
Indudablemente, una sociedad acogedora impulsa marcos de protección que salvaguarde derechos y condiciones de vida digna. Si importante es la mano tendida siempre, no menos fundamental es combatir tanta falsedad sembrada, como puede ser la labor de esas organizaciones que se aprovechan y lucran con las expectativas de las personas que buscan una vida lejos de la guerra y los peligros, la inseguridad y la pobreza. Ojalá nos dispongamos a ser más auténticos para poder avanzar hacia otros modos de vida más solidaria, también hacia un sistema de movilidad internacional segura y transparente, pues existen factores de riesgo específicos asociados con una vulnerabilidad en aumento de los desplazados frente a la explotación, el abuso y la trata.
Más pronto que tarde necesitamos estar unidos, caminar juntos, ocuparnos y preocuparnos por el prójimo, hasta sentirlo próximo, sólo así podemos estar al lado de la colectividad. Todo ello, es lo natural de una especie pensante como la nuestra, que ha de saber discernir, aunque requiera fatiga y paciencia, pero al fin, merecerá la pena crear un proyecto compartido de sociedad, un fin colectivo mundial, una fraternidad mundializada sincera. Sea como fuere, considero, que tenemos que aprender a suscitar la unidad. Quizás sea bueno pensar que todos dependemos de todos. De ahí, lo necesario que es un cambio de mentalidad, al menos para aumentar el diálogo con las diversas culturas y religiones. Desde luego, con nuestro marcado egoísmo actual y con el uso irresponsable de las redes sociales, más que una unión se viene generando una fuerte división entre todos como jamás.
Sucede a veces que se discute porque no se alcanza a percibir la diversidad, llegando incluso a molestarnos su presencia. Únicamente la buena disposición permite penetrar en el corazón, favoreciendo su visión coherente. Sin duda, nos faltan mediadores que nos hagan pensar sobre tantas miradas heridas, sobre tantas vidas destruidas por nuestro rencor. Ya lo decía, en su tiempo, el inolvidable médico español, Santiago Ramón y Cajal (1852-1934), “nos desdeñamos u odiamos porque no nos comprendemos, porque no nos tomamos el trabajo de estudiarnos”. Personalmente, estoy convencido de que si supiéramos mirarnos más hacia dentro de cada uno de nosotros, aprenderíamos a hallar una razón convincente, sobre todo para reafirmarnos de que todos somos hermanos, y que ninguna guerra es justa ni tiene sentido. Nuestra gran asignatura pendiente como linaje es precisamente ésta, la falta de tiempo para la construcción de un mundo cada vez más acogedor y humano. Nunca es tarde para repensarlo. Puede ser un buen propósito para este año 2018, pues han de ser los nobles ideales aquellos que han de movernos a practicar por siempre lenguajes constructivos, que son los que verdaderamente nos embellecen.