La propuesta de unos investigadores del Banco de la República a través de la que se plantea, palabras más palabras menos, que la productividad económica de una región determinada está ligada necesariamente al nivel de formalidad del empleo que se puede medir en esa zona, me suena a un caso clásico de colombianismo de la más barata estirpe. Me refiero con esto, desde luego, a aquella costumbre que no pocos compatriotas, ilustrados o no, practican en el día a día tranquilamente: andar copiándose lo que ha funcionado en otros países para venir a “inventarlo” por segunda vez aquí, aprovechándose de la ignorancia generalizada, y, sobre todo, mediante alarde de manifiesta ausencia de creatividad, originalidad y amor propio. ¿Quieren ustedes ver de cerca las causas del subdesarrollo, del atraso, de la pobreza, de la violencia y de la infelicidad popular?: solo deténganse en la pereza de quienes “diseñan” las “políticas públicas” que nos son administradas.
Decía –digo- que la súper-idea de estos genios de la economía mundial tiene toda la traza de ser, con alguna certeza, una muestra más de aquello que no nos ha permitido avanzar como nación: la imitación desvergonzada de fórmulas que habrán o no funcionado en otras partes (esto es, en el fondo, irrelevante), pero que no deberían aplicarse en Colombia a rajatabla, sencillamente porque Colombia no es ningún otro país, sino lo que es. Quién sabe de dónde sacaron los del Banco de la República la tesis de que la productividad está únicamente ligada a la formalización laboral, y que, en consecuencia, la manera más brillante de incentivar ambas cosas (¿formalización para la productividad o productividad para la formalización?) consiste en graduar el monto del salario mínimo dependiendo de las variables y fluctuaciones propias de un sistema productivo quizás regionalizado, no obstante indivisible en términos de impuestos y de la mayor parte del costo de la vida.
Es decir: como para los economistas de esta banca central la productividad depende en exclusivo de la formalización laboral, sin consideración de otros factores económicos y sociales, entonces hay que “estimular” a la fuerza de trabajo a través de la reducción de lo que se les paga a los trabajadores colombianos para que así tales se “motiven” a bregar más duro y con más ganas, como si fueran algo así como una partida de flojos. ¡Muy lindo!: resultaron todos unos motivadores los dueños de esta teoría, la que, por lo demás, es de prever que presuma de tener base en el ideal no siempre comprobable de que el Banco de la República garantiza que la moneda nacional no pierda poder adquisitivo. ¡Qué rotunda injusticia sería forzar al pobre a trabajar por menos para que no se empobrezca más, aunque esté formalizado laboralmente! Esto me recuerda a los sinvergüenzas que quieren que siga la guerra, pero para que la peleen los hijos de la barriada, no los suyos.
Cuando el investigador que pone la cara para sostener su absurdo dice que quieren “[…] introducirle ciertas velocidades a ese bus del empleo formal, para que esas personas de baja productividad laboral se puedan subir al mismo”, está legitimando -esto es, incentivando perversamente- que la gente prefiera seguir en la informalidad –lícita o no, y esto es importante-, antes que procurar ser asalariados de un empleador que terminará quedándose con la riqueza que genere ese trabajador “poco productivo”. Ojalá no se sepa después que esta propuesta no era tan ridícula como parecía, y que en realidad obedecía a ciertos intereses (según el documento, a excepción de Barranquilla y Cartagena, las demás capitales continentales del Caribe están en la lista de la más baja productividad, junto a Quibdó, Florencia y Cúcuta), cuyos propulsores nada de ingenuos tienen, y que, como en el pasado, anhelan seguir ricos… a costa de otros. ¿Paz con desigualdad oficializada?