A mí todavía me están explicando cómo es posible que un hombre viva con una mujer durante cincuenta años, y ellos dos, el uno al otro, se traten de usted con angustiante naturalidad.Y digan quererse. Y, como no entiendo, me hago preguntas del tipo: si alguien trata a gente de su excepcional confianza usando del famoso usted, como lo acostumbran los hermanos cachacos -imagino desde que Colombia fue inventada-, esa persona, cuando habla consigo misma en su mente, o con voz frente al espejo, ¿también lo hace llamándose usted? ¿Es esto posible?: “Muy bien, Ramos, ya usted está grandecito: dígale algo bonito a esta joven que sonríe”. ¿Será posible? Ya en serio, y más allá de lo esquizofrénico de mi ejemplo, ¿es en verdad dable intimar desprevenidamente mediante ese cáustico y arcaico usted en situaciones de la vida que no requieren de formalidad, sino de sustancia pura?
A mí que no me digan que no está hecho para marcar distancias: el usted se hizo precisamente para eso. El tú, el vos, en cambio, están para que seamos sinceros. A este propósito, recuerdo muy bien la teoría de una amiga santandereana que me decía, muy inteligentemente, que si a ella la obligaran a tratarse de tú con sus padres, hermanos o amigos, ahí sí se sentiría falseándose, pues el usted era lo único que había oído desde siempre y para nada le veía la tosquedad y la falta de personalidad que yo le atribuía. Esas eran cosas de costeños, que son confianzudos, decía; aunque, por supuesto, esto último no se lo cuestionaba al novio barranquillero. Y recuerdo todavía mejor la práctica de una enamorada bogotana: si, por alguna extraña razón, pasaba del tú al usted, de un momento a otro, en su intercambio con este humilde servidor, era porque se aproximaba una tormenta. Yo la dejaba sola con su usted. Y con sus rayos y centellas: la vida es muy corta.
Los españoles de la Colonia alternaban generalmente mediante el usted, es cierto, mientras reservaban la dulzura del voseo para las delicadas relaciones personales que pretendían cultivar. Decir usted fue siempre necesario para distanciarse de indios, negros y mestizos, y evitar que a tales se les pasara por la cabeza la peligrosa y diabólica idea de la igualdad. Si a Colombia le cuesta tanto aceptar la reconciliación hoy, ¿será acaso porque se quedó pensando como los padres saqueadores lo hacían hace tres o cuatro siglos? Tal vez a partir de esta imagen, divago un poco y me pregunto si habrá entre nosotros ciudadanos cuerdos que consideren el lejano usted tan impropio en la proximidad como el tú lo es cuando debe haber alejamiento, y no solo la locura inversa que ha hecho carrera: especialmente en la Colombia andina, pasan cosas como decirle usted a la esposa, y tú, al profesor o al jefe. Somos un pueblo que no es lo que es, sino al contrario.
Cuando la forma supera al contenido en importancia es porque la esencia ha dejado de prevalecer, y entonces hemos de quedar a merced de lo que apenas parece. Que a mí no me digan que el usted innecesario no impone una separación que en realidad quiere implicar algo así como ventajista desigualdad; usar usted sin razón real es hacer idolatría al orden natural de las cosas, pero subvertido: primero la apariencia y, después, casi a la fuerza, lo de adentro. Un vacío de contenido –quizás existencial- que no ha tardado en satisfacerse con sucedáneos violentos de la verdadera amistad, como vosotros –que no ustedes- bien lo sabéis.