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Mié, Dic

La importancia del deber ciudadano

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Víctor Corcoba Herrero

Víctor Corcoba Herrero

Columna: Algo Más que Palabras

e-mail: corcoba@telefonica.net

En un planeta cada vez más encendido por el odio, y por ende más fragmentado e injusto, la ciudadanía tiene el deber cívico de reflexionar unida.

Es una lástima que muchos de los que ejercen hoy la política no ejemplaricen sus acciones en términos de universalidad y, en cambio, movilicen los enfrentamientos en lugar de propiciar lo armónico. Sin duda, hacen falta otros vientos más esperanzadores y auténticos, de menos desarraigos y más ilusión por un mundo más hermanado que, hoy por hoy, está en notoria decadencia espiritual y hasta en riesgo de extinción. Por tanto, el que los 193 países que componen las Naciones Unidas fueran capaces de ponerse de acuerdo hace unos años al adoptar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), no sólo hay que reconocerle el mérito de aglutinar pensamientos, sino que también es un compromiso a expandir e imitar.  Indudablemente, esos diecisiete objetivos, que pueden reagruparse en seis elementos esenciales: la dignidad, los seres humanos, el planeta, la prosperidad, la justicia y las alianzas; además de tener el empuje suficiente para ponernos en acción y transformar nuestras vidas, en una existencia más solidaria; han de sustentarse igualmente en un deber, en la obligación de socorrernos.

Hay demasiada hostilidad en este inhumano cruce de latidos, donde las culturas han trastocado el espíritu de lo natural, adoctrinándonos en un corazón sin alma hasta despojarnos de la memoria histórica. El levantamiento de los esclavos en Haití en 1791 fue, en su momento, de capital importancia para la abolición del comercio transatlántico de esclavos. No podemos quedar solos en manos de los dirigentes políticos. El ejemplo lo tenemos en España, donde se está poniendo en entredicho la fuerza democrática que nos hermana, la del Estado de Derecho. 

A veces da la sensación que tampoco nos aguantamos ni a nosotros mismos; tenemos que cambiar, volver a la misión del amor para alcanzar un plano superior de unidad, de paz y de justicia, desmembrados de todo resentimiento, que únicamente nos conduce al desconcierto. Esta es la verdadera precariedad humana, la falta de horizontes y de vínculos que nos reanimen hacia otros cultos más humanistas, a fin de que las instituciones filantrópicas permitan a todos los ciudadanos contribuir al mejoramiento de nuestro cosmos. No obstante, todo este caos nos recuerda la importancia de construir sociedades que sepan acoger, requerir y preservar, lo que nos exige más autenticidad, más donación, más humanidad en definitiva. No se trata de decir mucho y no hacer nada. Los gobiernos del mundo han de escuchar a sus ciudadanos, pero tampoco deben acobardarse ante los sembradores del terror. 

Quien intenta desentenderse de lo humano, se dispone a desentenderse de la propia familia humana. No olvidemos que, en esta vida, siempre habrá sufrimiento que necesite de esa mano tendida, de ese auxilio del deber ciudadano. A propósito, se me ocurre pensar en lo que dijo al terminar una visita a los campamentos de desplazados en Areesha, Ein Issa y Mabrouka, donde conversó con muchos pequeños afectados, Fran Equiza, representante de Unicef en Siria, mediante un comunicado en el que aseveró que los seis años de conflicto en Siria han destruido la niñez de millones de menores y les han causado un daño enorme. Es precisamente, esa comunión de amor entre unos y otros, lo que nos engrandece el alma. Lo decía el gran escritor francés, Albert Camus (1913-1960), sobre el gran Cartago que lideró tres guerras: “después de la primera seguía teniendo poder; después de la segunda seguía siendo habitable; después de la tercera ya no se encuentra en el mapa”. Ojalá podamos evitar todas las batallas, pues cada una de ellas es una hecatombe hacia toda alma humana. 

Está visto que la ciudadanía tiene que despertar para verse en el espejo del mundo. Madre Teresa de Calcuta (1910-1997), se veía de este modo: “Mi sangre y mis orígenes son albaneses, pero soy de ciudadanía india. Soy monja católica. Por profesión, pertenezco al mundo entero. Por corazón, pertenezco por completo al Corazón de Jesús”. Quizás nosotros también tengamos que mirar las cosas desde muchos puntos de vista, pero al fin, hemos de confluir en alegrarnos por vivir, porque viviendo tenemos la oportunidad de amar y ser amados, de querer y ser queridos, también de mirar a las estrellas y de ver en los labios de la luna los lenguajes que más nos embellecen, los de la mística que siempre son saludables frente a tantas garras, como las de la heroína, que nos torna adictos de la noche y no de la luz, que es lo que da sentido a nuestras andanzas y a la constante sorpresa de conocerme en el camino.  Por eso, es fundamental avivar la mundialización ciudadana para el proyecto de construcción de un mundo más equitativo, desde identidades diversas, pero convergente y reintegrador, donde nadie se sienta extraño, sino arropado tras aumentar la confianza y construir el llamado capital humano como entusiasta preferente y así, poder desarrollar con mejor tino y tono, la capacidad de adaptación positiva ante situaciones adversas a través de la acción mundial, mejorando el sentido de responsabilidad social y eliminando cualquier barrera social y cultural que dificulte la cohesión entre los humanos y sus culturas.