Salir del teatro tras la última película de Spiderman lo deja a uno con sensaciones encontradas. No tanto por la película misma que es un intento válido de resucitar esta golpeada franquicia, sino por las decisiones estratégicas que rodean al joven Peter Parker.
Siendo Tom Holland el prototipo de gringo promedio, no parece casualidad que su mejor amigo sea latino con rasgos mexicanizados, su amor de colegio tenga un aire ineludible a Michelle Obama y su eterno rival, Flash Thompson, dejara atrás su clásica cabellera rubia para enarbolar una inexplicable ascendencia india.
Resaltar la diversidad está muy bien y es importante, sobre todo en un país de migrantes como Estados Unidos, pero más que una casual reunión de multiculturalismos que han forjado una nación, la puesta en escena tiene un aire fingido que no corresponde con la esencia de la historia y simplemente parece quedarse en un coctel de guiños evidentes para tener felices a todos. Pero Spidey no tiene la culpa, esto no es más que es el reflejo de cómo la industria del entretenimiento está mutando para hacerle frente a un mundo donde la gente es cada vez más susceptible y cualquier cosa que se diga o no se diga, se haga o no se haga, puede ser tomado como una ofensa.
Y la lista sigue… Hermione Granger de Harry Potter cambia su tez blanca y pelo castaño de las películas por rasgos afrodescendientes en la última adaptación teatral; Linterna Verde de la noche a la mañana confiesa que es gay (cuando todos creíamos que si alguien habría de salir del closet sería Aquaman); se propone con fuerza que el nuevo James Bond sea de color aunque Ian Fleming nunca concibió a su personaje así, etc ¿Y todo para qué? Para mostrar de dientes para afuera que nuestra sociedad es supremamente tolerante e incluyente cuando no hace falta sino salir a la calle o ver las noticias para convencerse de lo contrario.
La corrección política es un fenómeno tan real como perjudicial que con el tiempo va convirtiendo la opinión en un terreno minado de susceptibilidades heridas. Una cosa es insultar con dolo y adrede, una práctica que está mal en cualquier escenario y debe erradicarse, y otra muy diferente es manipular las palabras o hechos hasta hacerlos encajar a la fuerza en ofensas imaginarias. Este es la nueva realidad que tendremos que vivir.
Por último, un curioso antecedente de corrección política se encuentra en nuestra jurisprudencia: En 2003 la Corte Constitucional erradicó las expresiones “locos furiosos” y “mentecatos” del Código Civil para dar lugar a “discapacitados”, la cual funcionó muy bien hasta que se consideró inapropiada este año y tuvo que ser modificada por “persona en situación de discapacidad”. Un parche lingüístico pegado sobre otro parche lingüístico con una sentencia de 30 páginas, cuya utilidad práctica puede ser muy cuestionable pero que para alguien en algún lugar resultó una contundente victoria contra la discriminación.
Obiter Dictum: De perros que interponen tutelas en Bucaramanga y otros exabruptos jurídicos…