Era un sábado muy común. La idea era atravesar uno de esos centros comerciales erigidos hace más de 20 años buscando una ferretería, nada raro en realidad. Pero girando a la derecha por aquellos pasillos venidos a menos que vivieron tiempos mejores un letrero muy particular llamó nuestra atención: “Aceptamos Bitcoins”. Allí, en la puerta de un local con nombre empalagoso e indescifrable naturaleza mercantil, una mezcla almidonada de tienda de peluches con boutique para ropa de bebé, estaba un jugador más apostando por la incertidumbre en medio de la trascendental pelea financiera que dará forma al futuro económico del mundo.
Esa aparición me devolvió a un domingo cualquiera cuando corría calle abajo por el desolado centro financiero de Nueva York buscando un baño. De no ser por un oportuno Starbucks habría sido una labor compleja aquel día muerto en el que el dinero dormía la siesta del fin de semana. Entonces, tomando a sorbos un moca comprado por físico agradecimiento vi a través de la ventana las imponentes columnas de la bolsa de valores, pero lo más interesante estaba unos metros más allá: Una oficina pequeña con el logo de Bitcoin se erigía como una declaración de rebeldía contra el sistema. Sin un letrero decente, más parecido a una pancarta de acetato, una de las primeras oficinas de esta moneda virtual destacaba en el corazón capitalista del mundo, a pocos pasos de los ojos cobrizos del charging bull.
En aquel entonces, esta criptomoneda nacida en el ciberespacio que no está atada a ningún banco central de ningún país y cuyo funcionamiento radica en las operaciones anónimas que se hacen a diario desde millones de computadores en el mundo, venía en caída libre, aquejada por problemas de fluctuación e inestabilidad. Un pasado muy distante comparado al hoy cuando su precio por unidad está por encima de los 1.000 dólares y potencias como Rusia están estudiando su normalización para una entrada sólida a su sistema financiero.
Pero en Colombia la cosa va a otra velocidad. En 2014 la Superintendencia Financiera cerró la puerta para que los bancos comerciales pudieran manejar servicio alguno que utilizara Bitcoins y más recientemente la Superintendencia de Sociedades decretó que está prohibido el uso de cualquier moneda virtual, pues solo el peso, con todo y los horribles nuevos billetes, es la unidad de cambio válida. Decisiones y corrientes entendibles que provienen de entidades de vigilancia encargadas de velar por el correcto desarrollo de la economía y las compañías colombianas, pero que desconoce completamente la realidad de la calle donde el Bitcoins empieza a hacerse fuerte.
Desde cafés recónditos en Chapinero hasta fundaciones que recolectan ayudas para Mocoa, el Bitcoin está permeando el comercio colombiano. Aun cuando de momento es temprano para augurar una debacle bancaria por su causa, es cierto que cada vez más establecimientos están involucrándose con esta moneda, como por ejemplo esa tienda de peluches y ropa para bebé, cuyo nombre no voy a revelar para no dejársela tan fácil a la Superintendencia de Sociedades.