La pacífica -y legítima-toma de posesión de un presidente en ausencia, y sin embargo presente, sólo puede ser posible en un país que ha reaccionado con furia, desde su entraña, a la influencia sectaria de los que se encuentran en una posición dominante y quieren permanecer en ella indefinidamente, como en efecto pasa, digamos -sólo por poner un ejemplo-, en Colombia, donde nada cambia, a pesar de que la historia en el resto del mundo tiende a avanzar para bien de los pueblos. Hugo Chávez es el flamante presidente de los venezolanos: así será hasta que Venezuela entera decida otra cosa, y no cuando los malquerientes de los bolivarianos deseen imponer lo mismo de antaño en beneficio propio (tienen tanta hambre de poder los pobres: ¿qué harían con él sino atragantarse de venganza?).
A mí lo que más me interesa de todo esto es la reacción de los colombianos. Venezuela, país hermano por antonomasia, sería el instrumento perfecto para ponderar, como en un juego de espejos, el trasiego de la lucha política en Colombia. Ahora bien, a pesar de ello, es claro que la mayoría de los colombianos no entiende lo que pasa en el país de Chávez. Yo tampoco, pero intuyo lo que muchos en el planeta: en Venezuela, históricamente, ha sido tanto el abuso de los de arriba respecto de los de abajo que éstos terminaron por parir a Chávez, hijo del pueblo, para que viniera a hacer lo que no se puede sino con los métodos chavistas: igualarlos a todos, asistir a los que urgen ayuda, crear de verdad una nación que haga el ejercicio de inventarse su modelo; romper con la dictadura de los únicos que pueden producir, la de los acaparadores, la de los usurpadores de las vidas ajenas, e imponer otro régimen, el del equilibrio forzoso, que tantos traumas ha causado, lógicamente, pues ninguna revolución puede dejar de ser lo que es.
Pero Chávez no es sólo el vástago del pueblo aquél del que también surgieran Bolívar y la plana mayor de la oficialidad libertadora (sí, libertadora de Venezuela, y de Colombia). Chávez es, a la vez, padre de una idea popular que han entendido claramente los beneficiarios de las misiones y programas (aunque no sólo ellos), y por eso está en el poder: la plata pública se va a repartir directamente entre los que más la necesitan, y eso va a despertar el odio de los otros, que con descaro lo quieren todo para ellos. Por eso, y porque Chávez es el hijo, aunque el padre, de este rearmado pueblo venezolano, la conciencia colectiva del mismo (y no sólo de los rojos, insisto: la culpa vieja también impide a la oposición triunfar)rezuma razones para, ciertamente, promover el asistencialismo, subsidiar a los más pobres, ofrecer salud y educación gratuitas, todo, exprimiendo aquel esfuerzo estatal "con que podrían hacerse cosas que generaran desarrollo económico" (el desarrollo económico de los privilegiados que hacen parte de la economía y tienen posibilidades de desarrollarse, es cierto).
Así, la gran crítica al chavismo es que ha igualado al pueblo venezolano, pero por lo bajo. Los que esto esgrimen como una bandera ideológica me producen risa, y no sólo a mí: ¿por qué habrían de importarles los ricos a los pobres venezolanos? ¿Por qué?, si cuando los pudientes están en el poder abandonan a los de la comuna exactamente donde están. Entonces, ¿cuál es el problema de igualar por lo bajo? No es lo ideal, lo sé, pero tampoco lo es que una clase social excluya a otra, mientras pone a funcionar al Estado a su favor, corrompiendo lo que haya que corromper, como lo hizo siempre la oligarquía venezolana de Gómez y Pérez y Pérez. ¿Cuál es el problema con que el hombre que nació en la casa de barro sea presidente, o que lo sea el que manejaba un vagón del metro de Caracas, o cualquiera que se haga elegir legalmente aunque no guste a las élites? En el país de Simón Bolívar nada de eso, hoy, es un problema, porque allí, como antes lo aprendieron los españoles, el que manda ahora es el pueblo. En Colombia, en cambio, mandan los que mandan.