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Mié, Dic

Cosmopolitismo

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

No hace mucho, la primera ministra británica, TheresaMay, enfureció a muchos con la idea de que el cosmopolitismo, tal y como se conocía, es cosa del pasado, al menos para su gobierno: si no eres de tu país, entonces no eres de ninguna parte, fue más o menos lo que dijo.


Parece, sin embargo, que los indecisos que se la pasan viajando de un lado a otro, evasivos, y que se creen esa cosa absurda de ser “ciudadanos del mundo” (y que invocan a los filósofos estoicos para justificar su frase ingenua), no escucharon completo el razonable discurso de la conservadora May: profundizando en el argumento, ella deja en el aire que esa nueva izquierda, formada por las mismas élites liberaloides que tan agresivas suelen ser para arrogarse la defensa de casi todo el mundo, es un fraude: mientras se rasgan las vestiduras en la dizque representación de cuanta “ciudadanía” se inventan cada día, los más necesitados de reivindicación, los trabajadores, los que mueven el aparato productivo, están solos: no son tan atractivos para vender en la actual civilización del espectáculo.

La lucha de clases, tan pasada de moda, no es un negocio rentable para la oenegés y los oenegeroshumanitarísimos. Las aburridas reclamaciones obreras ya no tienen cabida suficiente en este mundo. A eso se refería la señora May: los preocupados cosmopolitas deberían más bien quedarse en sus casas y tratar de ayudar a resolver los crecientes problemas de pobreza que en todas partes existen, antes de ir por ahí vociferando lo que los gobiernos del mundo deben hacer. Esto último, a más de cuestión abstracta, y por ende, inefectiva, refleja una irritante simpleza de criterio y una arrogancia sin límites por parte de esos salvadores del mundo. Tal combustible político fósil fue el que impulsó a Trump para ganar la Presidencia de los Estados Unidos: los forzados a ser liberales (y a amar a los gais, negros y latinos), decidieron rebelarse y eligieron a un loco que no los obligaba a nada: sean como quieran ser, les decía, y que bienvenida sea su intolerancia ante los intolerantes.

Pues intolerantes son los que han querido imponer sus creencias políticas pseudo-liberalizadoras, tanto en los Estados Unidos como en todos lados. Y, dado que el problema de la imposición es que el otro, al que se le han impuesto condiciones, no se va a quedar quieto indefinidamente, ya se tenían que ver las consecuencias. Así, Trump fue la gran oportunidad, en el caso yanqui, para desquitarse, y mostrar que el famoso “discurso del odio” no es ninguna imposición, es visceral, y real, tanto como el valor agregado del nuevo presidente gringo: “¡No está mal sentir odio, vengarse en silencio, o ya a los gritos, si antes aquellos han tratado de cambiarnos a la fuerza!”. Por eso el candidato Trump emocionaba, aun a sus detractores, y Clinton cansaba, aun a los suyos, con su santurronería.

Entonces, señores de la “moderna izquierda”, liberales de coctel que nunca han pensado en nadie más que en sí mismos, charlatanes de la social-bacanería, yanqui, y del cosmos entero: si quieren culpar a alguien por la victoria Donald Trump, mírense al espejo. No masacren al trabajador gringo, que está harto de que lo obliguen a ser lo que no es. Esa imputación de responsabilidad solo traerá, en el largo plazo, más reclamo, por la vía dolorosa para ustedes, de los “derechos viejos” de “unos pocos”. Aprendan de una buena vez que con palabras –o palabrería, más bien- no se cambia nada, y que, si tan preocupados están por “lo social” (concepto conveniente y en extremo flexible), pueden quedarse en sus casas y luchar por los tan poco redituables pobres. Pero eso no lo van a hacer.