Nada ni nadie es por sí mismo. Cada ser es un ser humano para todos. Lo que exige unidad de acción, unión de energías, conjunción de fuerzas y reconciliación de espíritus. Hoy más que nunca necesitamos activar este compromiso, ya no sólo para perpetuarnos como especie, también para sentirnos armónicamente en paz con nuestro propio hábitat. No alegra, en consecuencia, que el tema del Día Internacional del Ozono de este año 2016, que celebramos durante este mes de septiembre, concretamente hoy 16, reconozca los esfuerzos colectivos llevados a buen término, propicie una atmósfera de gratuidad y gratitud a esos esfuerzos internacionales concertados, pues se espera que a mediados de este siglo se haya recuperado; acrecentando, asimismo, el compromiso mundial en la lucha contra el cambio climático.
Necesitamos, con urgencia, reponernos de tantas tropelías, restituir valores, impregnarnos de humildad, restaurar el auténtico amor para que las divisiones cesen y la discordia deje de cohabitarnos. ¡Cuánto daño hacen las habladurías!. Que poco se habla con el corazón. ¡Cuánto se miente!. Si fuésemos más auténticos el mundo mejoraría. Para desgracia nuestra nos hemos aborregado y el porvenir ha dejado de ser una esperanza para buena parte de la humanidad. Todo tiene un precio y algunos seres humanos valen nada. Así no se puede restaurar un mundo mejor. Para que nos regeneremos, la alianza entre unos y otros es vital. Únicamente juntos podemos crear un universo más habitable, acogedor, más seguro, más sano, ya que la mutua interdependencia e interacción a nivel global, es una verificación de que somos parte y todo a la vez, lo que nos exige una verdadera acogida y hospitalidad en el vivir, respetando las diferencias.
Sin duda, tenemos que cultivar el aprecio, profundizar más en nosotros, si en verdad queremos convivir hermanados. Nuestro desarrollo como humanidad no se puede supeditar al mero crecimiento económico. Tenemos que aprender a conectarnos más con el alma, más interiormente, para crecer con otro espíritu más humano, menos interesado, más desprendido. A mi juicio, la meta de un mundo más de todos que plantea la Agenda para el Desarrollo Sostenible 2030 sólo se podrá alcanzar coaligados por la solidaridad de unos para con otros. Tiene que importarnos cada ser, habite donde habite, provenga de donde provenga. Nos falta humanizarnos, pensar que todos somos precisos, construir a todos los niveles instituciones eficaces inclusivas, que aparte de rendir cuentas, aglutinen sociedades para transformar existencias.
Fácil es descubrir estas absurdas realidades de deshumanización, ante tantas contrariedades asistenciales y disputas absurdas, donde los gobernantes debieran tener como deber principal el de armonizar y concertar voces y pueblos, favoreciendo la escucha y la coherencia entre los derechos y deberes. Es hora de que los moradores del mundo despierten, pongan al ser humano como prioridad, mediante un trabajo paciente y laborioso, que nos encamine a una nueva era más espiritual que corpórea, más respetuosa con toda savia, lo que conlleva los límites del orden moral y del bien colectivo. Con este fin hay que esforzarse para que ningún ser humano sufra exclusión, por minúsculo que nos parezca, de tal modo que, dentro de lo posible, cambiemos como colectivo, en la medida que nadie pueda adueñarse de nadie, y todos estemos al servicio de todos.
Desde luego, las grandes potencias del mundo tienen el deber de usar su influencia para dignificarnos. Yo, como el escritor suizo, de origen alemán Hermann Hesse, “no reniego del patriotismo, pero primeramente soy un ser humano, y cuando ambas cosas son incompatibles, siempre le doy la razón al ser humano”. Al fin y al cabo, primeramente todos nos merecemos ser, cuando menos para poder hacer algo libremente, y a continuación cuando ya se es, uno ha de serlo para los demás, siempre sumando armónicamente, pues es a través de este equilibrio natural de vidas con vínculo, al menos como la vida se vuelve más vida de todos los seres vivos. Comprobado está, que por la armonía todos nos crecemos, recreándonos cada cual consigo mismo en los demás.