El fallido golpe de Estado del 15 de julio pasado arroja una lección de Turquía para otros pueblos. Allí, donde la insubordinación de los militares ha sido casi una tradición de depuración histórica, ya los ciudadanos dan muestras de no querer más de eso.
El ejército turco, uno de los más poderosos del mundo, esta vez salió a hacer lo suyo con el mismo sonsonete de siempre para legitimarse: “Que conservar la unidad nacional..., que los derechos del pueblo..., que la autoridad de la ley...”. Puros cuentos que en las naciones civilizadas no tienen ninguna cabida. Y Turquía tiene fuertes y fundadas aspiraciones de ser un país cada vez más civilizado, y protagonista planetario además: en ello Erdogan ha tenido mucho que ver y tal vez por eso mismo no pudieron tumbarlo.
Utilizando nuestros estándares, es muy difícil establecer límites entre liberales y conservadores dentro de los sectores predominantes de la política turca. De un lado, está el gobierno actual, que se identifica con la burguesía musulmana moderada: una suerte de clase media emergente tradicionalista, en particular respecto del tema del Islam. Esto es muy importante en tratándose de un país con un pie en Asia y otro en Europa; pues aunque la religión poco tiene que ver con la etnia, sí es en este caso un factor de cohesión, justamente por la diferencia de pieles entre los otomanos. Si a un país le quitamos su elemento en común, ¿qué nos queda? Quizás algo parecido a Colombia. Así, estos musulmanes moderados y burgueses son los que salieron a las calles de Estambul y Ankara a apoyar a Erdogan: ¿son liberales, son conservadores?
Erdogan ha tenido una relación ambivalente con el determinador de todo lo que pasa en todas partes: los Estados Unidos de América. Durante mucho tiempo se creyó que Turquía era una Colombia del Medio Oriente: amiga de los yanquis y más bien enemiga de los rusos. Ese reduccionismo (improcedente en una región global en la que todos parecen ser enemigos de todos) quedó desvirtuado ahora, cuando Washington cerró sus fronteras aéreas a vuelos turcos, y cuando los turcos han acusado a los gringos de jugar a la Guerra Fría mediante la protección de un imán golpista más cercano a sus intereses, que además vive en Pensilvania, para entronizarlo después de la erróneamente asumida caída de Erdogan. Cierta o no esta presunción, ello no fue así. ¿Y ahora?
Si antes Turquía era amiga de los gringos, entonces Erdogan era algo así como conservador, pues las élites económicas siempre lo son: y las élites criollas son pro-yanquis casi siempre. Y ahora, después del golpe, ¿acaso se ha trocado en liberal, por no dejar imponer a un líder mucho más conservador que él? Y su contraparte, los laicos que azuzaron al ejército, ¿es liberal o conservadora? Antes podía llamársele liberal, pues se trataba del espectro no confesional que protegía el gran legado de Atatürk, padre de los turcos, quien quiso modernizar a su país lejos del oscurantismo religioso. Pero, y ahora, ¿son conservadores, por pretender tumbar a un gobierno que al lado del imán Gülen parece progresista? Habría que ser experto en política turca para saber las respuestas; sin embargo, sí es posible afirmar que, sea como fuere, lo único claro de todo esto es que la gente no quiere militares haciendo algo que no saben hacer. A ver si aprenden, allá, y también aquí.