En “El Proceso” de Kafka, lectura obligada en la asignatura de Derecho Procesal de cualquier facultad, Josef K despierta envuelto en una intrincada maraña judicial por un supuesto crimen que no recuerda haber cometido. Sin acceso al expediente, identificación de los jueces o posibilidad siquiera de estructurar una defensa, todo el sistema constantemente le recuerda que es culpable al punto tal K está dispuesta a reconocer su imaginaria responsabilidad con tal de terminar con esa tortura de tribunales. Capítulo a capítulo, el lector se va internando en una espiral paranoica de impotencia donde nada parece estarse moviendo, pero se siente que cosas muy malas están pasando.
¿Alguna vez han intentado registrar el traspaso de un vehículo? Bueno, pues resulta más o menos lo mismo que ser el protagonista de un doloroso trámite kafkiano, una sensación que se repite constantemente en muchas entidades del estado. Registros públicos, licencias de funcionamiento, autorizaciones de operación, cualquier acto jurídico que la ley exija trae consigo un viacrucis propio que implica el desgaste del usuario y una considerable pérdida de tiempo, sino de recursos. Los obstáculos son múltiples y algunos rayan en el realismo mágico, desde funcionarios inoperantes que se han especializado en rechazar trámites hasta pérdidas internas de documentos que se vuelven a solicitar, las excusas se fabrican por lotes.
Esta situación es percibida con mayor facilidad por los extranjeros, sobre todo los europeos y norteamericanos, quienes gracias a las facilidades de su jurisdicción tienen un agudo sentido de la eficiencia que les hace reconocer con facilidad las fallas de nuestra tramitología. Hay solo que ver sus caras cansadas o leer sus correos electrónicos de desesperación cuando tienen que enfrentarse a una fuerza invisible que no terminan de entender, pues no encaja en ninguno de los patrones que la lógica soporta. Ellos son quizás el mejor síntoma que nos puede ayudar a reconocer que Colombia se encuentra enferma por tanta excesiva formalidad.
Pero más que un simple dolor de cabeza y tardes enteras perdidas esperando nuestro turno en una eterna fila de almas, el verdadero problema de que los trámites en nuestro país sean un arte oscuro dominado por pocos es que este caos se refleja inevitablemente en los índices de competitividad global, donde, por ejemplo en el último ranking del Foro Económico Mundial, estamos estancados cerca de la casilla 61, o la 125 si filtra solo por eficiencia de las entidades públicas. Nadie quiere hacer negocios en un lugar donde su energía se va a ver desperdiciada en presentaciones personales ante notario y fotocopias de cédulas al 150%.
Si Kafka viniera a Colombia seguramente se sorprendería de ver cómo sus novelas terminaron sirviendo de guion para varias entidades estatales antes que como críticas a un sistema en sí mismo absurdo. Tal vez al igual que Josef K, tengamos que reconocer que la culpa ha sido nuestra desde siempre.
Obiter Dictum: Deberíamos aprovechar la Copa América para que los canales reconsideren cerrar su emisión de los domingos con programas “investigativos” llenos de morbo y amarillismo.