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Mié, Dic

Las vías anchas y largas de la mentira

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Víctor Corcoba Herrero

Víctor Corcoba Herrero

Columna: Algo Más que Palabras

e-mail: corcoba@telefonica.net

El mundo cada día tiene más seguidores de la mentira, empleados a fondo para cubrir el rostro de tantas falsedades, para borrar el rastro de tantos fingimientos, y de este modo parezca verdad lo que es hipocresía, disimulando las trampas y ocultando los propósitos. La incoherencia nos gobierna adoctrinándonos en la insensibilidad. Las vías de la ficción son tan largas como anchas, hasta el punto que nos dejan sin abecedario para poder expresar cuán necesaria es la regeneración de esta tribu. Por una parte, se pone de manifiesto un mayor reconocimiento de la necesidad de crear sociedades y economías que sean ecológicas; y, en cambio, se olvida que entre las víctimas del aluvión de inútiles contiendas, está nuestro propio hábitat, que es torturado como jamás, cada vez que se queman los cultivos, que los bosques son talados, que los suelos son envenados o que los mismos pozos de agua se contaminen.

Ciertamente, en esta mundanidad que soportamos, tenemos gran cosecha de farsantes revestidos de pregoneros, con promesas falsas que engañan a la gente, que incitan al odio, a la rivalidad y a la rebelión. Son organizadores de levantamientos que parecen allanarnos el camino y lo que nos causan es un daño irreparable en nuestro propio avance humano hacia el bien colectivo y la familiaridad como horizonte. Las escenas de personas comprimidas en un tren es un claro modelo de que los refugiados no son tratados como seres humanos, como parte de nuestra familia. Tantas veces se nos llena la boca de auxiliar  a las sociedades de todos los continentes, a crear y participar conocimientos; y, sin embargo, la insolidaridad es manifiesta. No podemos ser solidarios, porque el mismo sistema productivo insta a un estilo egoísta y competitivo de vida. Si en lugar de pregonar tanto, nos donásemos más, sí cada uno hiciese lo que le corresponde, si todos pusiésemos en el centro a nuestro semejante y no al dinero, verían como el compartir fraterno se volvería una realidad.

Está visto, en consecuencia, que el mayor ferrocarril del mundo es el de las vías anchas y largas de la maldita mentira; el arsenal no puede estar más poblado, nos desborda con su retahíla de peligros. Que se lo digan a los activistas de derechos humanos, que afrontan cada vez más riesgos en la medida que destapen la auténtica verdad, siendo en tantas ocasiones detenidos de manera arbitraria, torturados e incluso asesinados. Crecer sin verdad es como entregar el alma a la necedad y arrogancia, pues suprimido el amor de la inocencia, el amor dentro de uno mismo, nuestra  propia visión se convierte en odio al adversario, aunque sea de nuestro específico linaje.

Para desdicha nuestra, cuando no se respeta ni el propio derecho natural, la posibilidad de buscar la verdad libremente, dentro de los límites del orden moral y del bien colectivo, queda reducida a nada, ya que todo se somete e impone. Así, los ciudadanos de todo el planeta,  son cada vez más conscientes de la ausencia de dignidades humanas más allá de la letra impresa, advirtiendo retrocesos verdaderamente alarmantes, pues son muchos los ciudadanos que no pueden gozar de su criterio propio, y aunque ansían ser guiados por su conciencia del deber, en realidad son movidos por la coacción. La verdad no admite ambigüedades y es lo que es, aunque no se reconozca actualmente, en la medida que nos armoniza y nos sosiega. De ahí la importancia de hacer leyes tan justas como auténticas, o sea, directas en la defensa de las libertades fundamentales.

En este sentido, un grupo de expertos de Naciones Unidas, acaba de advertir sobre la imprecisión de una nueva ley sobre terrorismo en Brasil. Es tan solo un ejemplo reciente, de las muchas contrariedades que a diario se nos sirven desde las bandejas del poder a la sociedad, y que suele caminar en detrimento de la defensa de los derechos de minorías, religiosos, laborales y políticos, sabiendo que no hay mayor mentira que la verdad mal entendida.

Por: Víctor Corcoba Herrero