04
Mié, Dic

Mockus, parte dos

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Cuando la campaña presidencial de 2010 escribí aquí una elogiosa columna de Antanas Mockus, quien en ese momento se perfilaba como el único de verdad capaz de apartar del poder al aparentemente imbatible candidato uribista Juan Manuel Santos. La simpatía del suscrito, así como la de cientos de miles de colombianos, millones de ellos, encontraba una seria raigambre en el pasado de outsider, de político poco o nada comprometido con el establecimiento, de intelectual y académico brillante, de aquel que entonces encarnaba el sentimiento de oposición a Álvaro Uribe y a la desfachatez de su "ochenio". Quién sabe si todo ello terminaba de aderezarse ante la opinión pública con el hecho de que por las venas del candidato por el momento verde no corría una gota de sangre colombiana, tan fanática de derramarse a sí misma, y eso, de algún modo, aseguraba un poco de la tranquilidad que el incendiario que salía de Nariño se había encargado de segar.

Pero en aquella época era yo todavía demasiado imberbe para saber que, en política colombiana, una cosa es lo que se dice y otra lo que se hace, y que, más importante aún, a la larga no importa para nada que no exista coherencia entre lo uno y lo otro. Tal es el estado de inmadurez política de la nación, de la que no pocos se aprovechan. Me faltaba terminar de aprender, lo reconozco, que la construcción de una personalidad política no tiene por qué guardar relación alguna con la personalidad digamos "real" de un político; no había entendido hace cinco años que en política (electoral, sobre todo) no hay nada bueno o malo en principio, y que, siendo ella el arte de los oportunistas, da lo mismo presentarse como "bueno" o como "malo": lo importante son los votos. Pues el éxito en una batalla por los sufragios no depende del fondo (de las ideas) sino de la forma: la técnica política que se use para "venderse" de una manera u otra, con la única condición de que sea efectiva, y con prescindencia casi absoluta de los intereses de la sociedad.

La semana anterior se produjo la sorpresiva adhesión de Mockus a la campaña por la Alcaldía de Bogotá de Enrique Peñalosa, después de su sonado distanciamiento pasada la elección de 2010, donde ambos fueron socios junto a Fajardo y Garzón. Sin embargo, incluso más inesperada ha sido la reacción de la mayor parte de la vieja guardia mockusista: ellos han desaprobado con argumentos la inconsulta parcialización (estrictamente personal, supongo) de su líder moral por un candidato, Peñalosa, que a más de uribista de clóset, no valida la personalidad política que Mockus se labró durante décadas. Esto, entre otras cosas, podría ser un quiebre con lo planteado arriba: finalmente la personalidad política puede no importar tanto cuando las ideas utilizadas para soportarla sí han tenido una conexión indisoluble con la realidad: las propuestas que Mockus usó para apalancarse políticamente ya no le pertenecen a él (a su yo real), y ahora hay mockusistas, casi todos, sin Mockus. No podría ser de otra forma: nada que tenga que ver con el poder es justo, pero de él mismo a veces surgen extrañas manifestaciones de equilibrio.