La diferencia entre la derecha y la izquierda nunca ha estado clara. De acuerdo, se ha dicho que los de la izquierda se preocupan más por "lo social", que son más "humanos", y que sí están comprometidos con gente que, "sin ellos", no tendría representación ante el Estado y el resto de la sociedad. Mantengo serias dudas acerca de la validez de esta definición contentona, a la cual podrían oponérsele argumentos concretos para ser desvirtuada. Ahora bien, los amigos de la derecha tampoco se quedan atrás en la visión maniquea (y, por tanto, limitada) de las cosas: se precian de ser más prácticos y de resultados, más fríos, cerebrales, realistas y duros -si hay que serlo-, en aras del logro de las metas públicas. En realidad, saber tanto de todo puede llegar a determinar la exclusión de los que "no saben nada de nada", pero eso, ¿acaso importa?
Es tan difícil poner de acuerdo a estos extremos, como identificarlos plenamente. De hecho, ambos grupos de políticos adolecen comunes defectos; por ejemplo, al parecer, a los dos les encantaría llegar a la solución de la problemática social, solo que mientras a unos les parece que el asunto debe ser consensuado, o "socializado", hasta la saciedad, y que el riesgo de no llegar a acuerdo alguno es uno válido (pues lo que importa es el diálogo social en sí mismo, la toma de conciencia de la gente, etc.), a los otros les parece que es un desperdicio tanta habladuría, que no hay que perder el tiempo y actuar, y que las obras son elocuentes por sí solas, sin importar que sean unos pocos los que resuelvan y que la mayoría de la gente no tenga que ver en esas decisiones.
Otra intersección entre estos conjuntos es la de la internacionalización de la política: unos dicen ser "internacionalistas", y estar muy preocupados por aquellos países más pobres que los propios, y que la globalización no es sino la mundialización de las formas de explotación en vigor en los países llamados desarrollados; aunque, claro, desearían poder impedir los beneficios derivados de que nuevas ideas venidas de fuera se discutieran internamente. Los otros, a su vez, afirman ser los factores de los derechos humanos (léase "civilización"), y para ello se valen, inter alia, del comercio internacional, especialmente con el impulso a sus multinacionales; pero, a la hora de permitir el flujo de inmigrantes desde esos países a los que antes sus agentes privados han ido a civilizar mercados, las fronteras están cerradas, y que cada quien se las arregle en su casa. A izquierda y derecha les gusta la idea de la sociedad global, pero solo hasta donde les sirve.
Y, sobre todo, tienen en común el temita del poder: todos dicen que lo necesitan para resolver los problemas de todos, pero una vez lo tienen apenas les alcanza para resolver los problemas de sus respectivos líderes y promotores. En Colombia, esto es aun más complejo. Sin embargo, hay momentos en los que aquí se producen quiebres factuales que pueden reflejarse en "fisuras ideológicas" esclarecedoras, reveladoras: desde esto se explica la perplejidad uribista frente a la inminencia de la paz. La pragmática derecha no puede darse el lujo de irse totalmente en contra de la realidad, so pena de quedar todavía peor: la propuesta inteligente y fría es ahora la paz, que ya tiene hechos que la respaldan, pero Uribe y su gente no pueden subirse a ese bus con conductor ajeno, pues podrían terminar de desaparecer. Queremos ver cómo sobrevivirán a un escenario al que ellos, mezquinos monolitos, siempre han aborrecido, pues en el fondo saben bien que la paz no es cosa de izquierdas -ni de derechas- sino de los colombianos que ponen los muertos.
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