e acuerdo: el alcalde de Cartagena (quien, además de egolatría e incompetencia, ha sido acusado de maltrato a la mujer) nada más quería retratarse sonriente con el jefe actual de los piratas ingleses que colaboraban hace tres siglos con la Royal Navy en intentos por apoderarse de baluartes españoles como el que entonces era la ciudad caribeña, de lo que con retorcida zalamería, daba cuenta la placa de mármol ya destrozada. Nada más que eso, dirán algunos, nada distinto de lo que habría hecho cualquier otro politiquillo de pacotilla en su lugar (recuerdo ahora la diciente foto que circula en Facebook del brillante gobernador de Magdalena tocando el acordeón). En últimas, es cierto. Nadie, en realidad, cree que sea tan bruto (el de Cartagena) como para poder endilgarle el deseo de deshonrar a la ciudad que lo designó líder, ya sea indigno o no para el cargo; más aún, nadie cree que él no haya siquiera reparado en la densa historia patriota de La Heroica, cuya bandera de la sola estrella blanca llevara Bolívar a Caracas en 1813, por tratarse de la primera ciudad neogranadina en gritar y defender su independencia definitiva de España.
No: Vélez solamente soñaba con ser otro partícipe de la payasada nacional, y aparecer en una revista de sociales junto a un especialista orbital en el tema: ¿qué hay de malo en eso? -todavía debe de andar preguntándose, exprimiéndose el cerebro-. ¿No es lo que hace un alcalde, o un gobernador: posar para publicaciones de eventos sociales? Bueno, en su defensa, podría decirse que no está tan alejado de la verdad: en Colombia, la mayoría de los depositarios de la confianza social no quieren saber nada, después de las elecciones, de la realidad social. Lo "social" se convierte, ex post facto, en fotos de "sociales", y no en soluciones a los problemas de la gente que, caída en la estafa, tiene que resignarse a decisiones de gobierno alejadas de sus necesidades, pues ya no puede hacer nada para cambiar eso (mientras los mecanismos de participación ciudadana sigan siendo un mal chiste, y la revocatoria del mandato en particular, una fantasía).
¿Por qué la gente de Cartagena, entonces, se molestó tanto con lo de la placa ridícula, si estamos tan acostumbrados a los actos de mandatarios superficiales, ineficaces y corruptos? Mi teoría, en este caso concreto, es que la indignación del pueblo tiene que ver más con los símbolos que con el amor a la patria (que se manifestaría mejor si, en primer lugar, no se eligiera a individuos que la odian). Me refiero al apego natural a las imágenes de la tradición, pues en las naciones recientes el sentimiento tiende a ser más importante que los razonamientos; ello es, sin embargo, una herramienta peligrosa, no en vano utilizada para mal por no pocos secuestradores de la libertad. La solución sería la de siempre: educación para pensar y sentir mejor. Por lo demás, el hecho histórico es que la aludida defensa de Cartagena contra los ingleses se hizo por España, para España, con el vasco Blas de Lezo a la cabeza. Teniendo en cuenta lo ajenos que eran los colonizadores a cualquier expresión republicana y popular, renuentes ala idea de que aquí hubiera un sentido de la igualdad, el lógico paso siguiente sería el de acabar con cuanto homenaje a esa época de esclavitud hay: estatuas de conquistadores, sus nombres en calles y plazas, y gobiernos de sumisos esnobs que están aquí porque les toca y no porque quieren trabajar por los demás. Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
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