Álvaro Uribe confía en la institucionalidad colombiana: en su endeblez, su pobreza de recursos, en su alejamiento de la ley: una institucionalidad que no es tal, porque es el símbolo, irónicamente, del quiebre a la legalidad.
El expresidente le apuesta a ese Congreso que conoció como senador entre 1986 y 1994, y al país que gobernó durante 2002 y 2010. Él no cree que le vayan a hacer un verdadero juicio político, ahora que está custodiado en el Capitolio Nacional: él le apuesta a que son más los réditos que a la larga va a obtener blindándose, atrincherándose con su "defenderse atacando" todos los días de la vida, que lo que realmente puede perder en los debates.El nuevo senador confía en su capacidad oratoria para no dejarse opacar por una izquierda que, finalmente, no lo podrá atacar tan duro, pues, por gracia de la política colombiana, ambos extremos como que estarán casi del mismo lado, porque-piensa Uribe- ese bloque tendrá que soltarlo en algún momento para concentrarse en Santos. Y bueno, Santos, lo sabemos, puede dar tantas oportunidades de hacerle oposición cuan grandes son sus sucesivos errores de cálculo. La esperanza uribista es, entonces, clara: que tarde o temprano las fuerzas de oposición se unan en contra del gobierno; y ahí, pescar en río revuelto, que para eso es bueno todo pícaro.
Pero creo que le va a fallar la estratagema. Hay, en el Congreso (porque en Colombia no todo está perdido), verdaderos políticos profesionales que se han ganado la representatividad del dolor del pueblo colombiano. Uribe, y sus diecinueve escuderos en la cámara alta, tal vez puedan esconderse un tiempo, pero, dentro del respeto y el debate que deben imperar en una sociedad que quiere ser civilizada (cosa que los parapolíticos no entienden), la izquierda y el centro santista tendrán la oportunidad de desvelar los métodos criminales que han hecho de éste un país de víctimas desprotegidas. No, Uribe: te equivocaste de estrategia. A la oscura derecha colombiana, que en realidad es ultraderecha al cien por ciento, no le convenía esta exposición a la quemante luz.
Me queda difícil pensar como los uribistas, pero puedo anticipar que habrá, entre ellos, quienes estén pensando en el yerro cometido: no era con política de Congreso que se iban a salvar. Era volviendo al poder. Se pasan toda una vida destruyendo la legalidad, deslegitimando a la democracia, y, de pronto, ahora, quieren participar en un juego que no conocen, ni respetan, ni aceptan, ni entienden, ni les gusta: lo suyo es arreglar las cosas sin consenso de nada. Porque-piensan- al fin y al cabo, ¿quién necesita ponerse de acuerdo, o ponerse en desacuerdo, y además en un escenario abierto, cuando todo se puede hacer de espaldas -como siempre se ha hecho- y mejor? Parece que el gran Uribe de sus acólitos no es el estratega que creían, y por eso me atrevo a creer que, en cuatro años, dentro de esa bancada no estarán los mismos del domingo, empezando por el cabecilla. Y que, si lo están, han de estar puestos en evidencia, acorralados, juzgados, no por la historia, sino por sus colegas contemporáneos, por todo un país esclarecido.
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