La conmemoración cada año del Día Internacional de la lucha contra el uso indebido y el tráfico ilícito de drogas (26 de junio), nos insta a reflexionar, cuando menos para hacer frente a esta persistente y mundializada lacra mundial, a partir de dos vertientes: el estado de derecho y la prestación de servicios de salud.
Indudablemente, los diversos tratados internacionales que tenemos, además de ayudarnos a la lucha contra este enfermizo tráfico de abusos, también protege a las personas más vulnerables mediante una amplia serie de actividades reeducativas, encaminadas a la prevención. Al menos desde el papel, así queda dicho. Otra cuestión es llevar estos principios a buen término, a la práctica de la cotidianeidad.
Los profesionales coinciden que la dependencia no es un delito, sino una enfermedad, y que los verdaderos delincuentes son los que comercian y trafican con las drogas. Naturalmente, los gobiernos de los diversos países tienen la responsabilidad de impedir este ilegítimo comercio; pero también, la sociedad en su conjunto, tiene la obligación de despertar conciencias sobre los peligros del consumo de los estupefacientes. Con urgencia, pienso que debemos abordar este vergonzoso mercado, sobre todo reforzando la prevención, el tratamiento y la atención de la persona adicta. Si no hubiese demanda, tampoco habría oferta.
Por desgracia, el mundo de las adicciones ha ido a más, en parte por ese rechazo a seres humanos enfermos, totalmente desprotegidos, sin ningún proyecto de vida. Por tanto, junto a los proyectos preventivos de información deben coaligarse otros de orientación, para que en el momento de enfrentarse a la realidad cotidiana se tengan experiencias más apegadas al contexto y sean más efectivas.
En estos momentos cohabita la enfermedad de la maldita adicción con el negocio, de ahí la necesidad de reforzar compromisos mundiales de salud y derechos humanos. La responsabilidad ha de ser compartida para salir de la espiral de violencia y conseguir la autonomía de la persona. Causa verdadero dolor saber que el filón de la droga sea uno de los más rentables. La comunidad internacional debería actuar rotundamente ante este funesto problema mundial, que además financia terror y sirve para el lavado de activos, siendo el causante de tantas existencias arruinadas en vida. Por consiguiente, considero, que el período extraordinario de sesiones de la Asamblea General sobre el problema mundial de las drogas que, se celebrará en 2016, puede ser una extraordinaria oportunidad de avanzar en soluciones, analizando nuevas formas de enfrentar la cuestión del narcotráfico, por otra parte, cada vez más compleja.
Está visto que con las drogas todos perdemos. Se menoscaba la gobernanza, las instituciones. Los traficantes suelen buscar rutas en las que el estado de derecho es débil, dejándose corromper fácilmente. Se daña a la persona hasta el extremo de perder su propia autonomía, volviéndose dependiente de un vicio que le conduce a la muerte. Sin duda, alguien gana, sí alguien, el nefasto mal, gestado por los traficantes de muertes, destructores de tantas vidas inocentes. Ha llegado, pues, el momento de que digamos:¡basta!
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