Qué es una columna de opinión?: ¿es, acaso, un texto de "la verdad", que, por tanto, tiene que estar debidamente sustentado en su argumentación?; ¿es eso?: ¿un pariente cercano del documento académico, con sus fuentes citadas, silogismos y conclusiones? No me parece. ¿Se trata, más bien, de un texto anunciador de "lo absoluto" en tanto que actualidad?:
¿es, un artículo, la simple captura fotográfica de un momento cualquiera, de una coyuntura, y así, de una pura intrascendencia en el marco de la inmensidad? Tampoco lo creo. El escrito de opinión, a cual más personal, se envanece de su ganada prerrogativa de narrar el diálogo entre el que dice lo que piensa hoy, y el que lo lee y opina sobre lo que leyó (o no lo hace -otra forma de juzgar-).En este sentido, el aporte más importante para el autor es recibir la continuación (en una u otra vía) de lo que enunció, por parte de otras personas (sepan o no lo que afirman, no importa), que se hayan tomado el trabajo de tratar de entender el punto central de una columna particular. Me refiero, entonces, a la narrativa dialéctica que surge a partir de la concatenación de proposiciones comentadas: un día se escribe de algo, y en la semana siguiente, de otro asunto que no tiene aparente conexión con el primero; pero, ¿están realmente separados? En principio, claro. A menos que, en aplicación de algo así como una interpretación sistémica, se considere a tal enjambre de temas y tesis un todo indisoluble, por más distantes que aparezcan entre sí. Ese toma y daca es una verdadera narración de razonamientos, de los procesos que llevaron a ellos. Pues escribir es pensar.
Y es por eso que escribir, es también, escuchar y procesar. Cuando se recibe la prolongación de un argumento -o su destrucción- por parte de un tercero lector, como decía, en realidad se está todavía escribiendo. Ese relacionamiento entre seres humanos por el través de las ideas, hace que ellos se reconozcan: la permanente retroalimentación hace parte de la narración coloquial a que me refiero.
Habría que replantear eso de que la escritura es cosa de soledad: ¿qué tan solo está el que escribe con base en otros, pensando en otros y para otros? No, se escribe para ser leído, y se escriben las opiniones propias a partir de opiniones ajenas, para otra vez, generar secuencias nuevas, en un círculo que bien podría llegar a ser infinito.
Una sociedad cura sus heridas con el diálogo abierto. Pero hablar y no decir nada, no es, por supuesto, ningún diálogo. Por eso es importante entender lo que ha pasado, y lo que pasa, mediante la exposición organizada de opiniones. Lo malo es no opinar, nada sobre nada. Cuando no se tiene claro lo que se piensa, no se puede entender lo que otros piensan. Y, si se entiende, se hace mal: se suscribe sin más, esa, la creencia ajena, y aún se hacen cosas para validarla. Cuán peligroso resulta todo ello. Finalmente, claro que hay columnistas que nunca escuchan, que nunca matizan lo que dicen, porque no les importa la conversación, sino la imposición de sus pareceres. De tales personas no se puede predicar narrativa alguna, en consecuencia: lo suyo es un monólogo, que sería pintoresco si no fuera muchas veces el instrumento para favorecer el estancamiento.
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