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Mié, Dic

Años y años

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

La semana pasada, con sus efusiones electorales, pasó casi desapercibido el aniversario ochenta y siete del gran Gabito, patriota colombiano donde los haya. A propósito de ello, he estado revisando un libro del futuro escrito desde el presente de un pasado no tan remoto entre nosotros: El amor en los tiempos del cólera. Se trata, El amor, de una creación más que sublime que leí mientras me recuperaba en silencio de una dolorosa cirugía hace un tiempo ya remoto.

Nunca lo compré, pues siempre espero a que me regalen los libros, y así, la razón por la que tengo ese título en mi pequeña biblioteca, en un rincón, es porque una buena amiga me lo regaló para mi último cumpleaños, con una inverosímil inscripción, que, para un supersticioso como yo, resultó ser una suerte de premonición cifrada. Muy a lo García Márquez todo eso, muy macondiano el asunto. No en vano soy hijo de su misma tierra-madre. Tanto como ustedes.

Lo que me llama la atención de la obra "en comento" es algo muy particular: Gabo le ha dicho a todo el que quiera escucharlo que el mejor libro que escribió (¡y escribió algo!) es ese, El amor. Se imagina uno que lo hace quizás para enaltecer aún más, pensando en la posteridad, a Cien años de soledad, aquella explicación naturalmente contada de nuestra sobrenaturalidad cotidiana (como esas cochinas elecciones del otro día). Pero no. Al leer, o mejor, al releer con calma El amor en los tiempos del cólera, se da cuenta cualquier despabilado de que la novela es, en verdad, una cuidada construcción argumental, con unos usos del español colombiano-caribeño tan fluidos que semejan sin pudor la autoridad de las Sagradas Escrituras, y que es, a la vez, una mamadera de gallo tan sutil que sólo la percibimos totalmente los que sabemos de eso. Todo un cambio del mundo, es: afortunada subyugación de la pasión a la razón: exitosa cópula del ying-yang literario al servicio de la vida misma, que ya no es lo que era cuando cierras la contratapa.

Sin embargo, lo que sigue fascinándome de ese libro, en el subtexto, es la sinceridad de Gabriel. Acababa de ganar el Premio Nobel de Literatura, en 1982, cuando empezó a considerar el proyecto de escribir la novela sobre los "amores contrariados" de sus padres. Y realizó su investigación mientras escribía, en Cartagena, la que sería la bofetada definitiva a los que todavía ponían en duda envidiosa su monstruoso talento como novelista. Hizo ambas cosas, como se sabe: escribió una cosa en la que la relación entre el tema y la manera de contarlo es absolutamente invisible e indivisible, donde uno no lee un empastado que compró en la librería más cercana (o en la calle, pirata, como hago a veces; o que le regalaron sin pedirlo, como en mi caso), no, sino que simplemente se lee la revelación de la verdad más verdadera que se pueda encontrar en el ánima humana desde que el tiempo es tiempo y el mundo es mundo: el amor, cuando es de verdad, no muere así no más.

En 1985, fecha de la publicación, Gabo tenía cincuenta y ocho años, y seguramente estaba muy curado de ingenuidades. No obstante, la sinceridad de que hablo toca en algo eso de ser ingenuo y creer en la invencibilidad del amor entre un hombre y una mujer, más allá de la separación. La novela, sin llegar a ser un folletín rosa, pero jugando con la posibilidad de que la narración se caiga y lo sea -lo que nunca pasa-, le apuesta a la tesis burlona aquella de que "pueden pasar siglos y no me olvidarás", y, eso es así, tan surreal, "porque sabes, dentro de ti, que como yo te amé, nadie". Já. Magia pura. Feliz cumple, Gabito: si no vives cien años, no importa: ya eres inmortal.