04
Mié, Dic

Día de elecciones

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Tulio Ramos Mancilla

Tulio Ramos Mancilla

Columna: Toma de Posiciones

e-mail: tramosmancilla@hotmail.com

Me da una pereza infinita salir a votar el domingo, más allá de que seguramente lo haré, por eso de que si no voto yo con mi tarjetón "alguien" más lo hará por mí, y eso me espanta todo deseo de quedarme durmiendo. Votaré en blanco para la cámara baja, y para el senado tengo pensado repetir candidato y darle el voto de confianza a alguien que demuestra mucha pero mucha de esa confianza enfrentándose a los matones nacionales con sobrado denuedo.

Pero aquí no estoy para convencer a nadie de nada: que cada quien elija a quien quiera. Me da igual. Por lo demás, confieso que he estado imaginándome, tal vez para entretenerme un rato, a mí mismo en esas lides: ¿cómo sería yo como candidato a alguna de las codiciadas corporaciones?
Y de imaginármelo me da risa: yo sería candidato pero a quedar en los últimos lugares de cualquier elección. ¿Por qué? Pues porque para hacerse elegir hay que hacerse querer primero (por cualquier razón, apartando la valoración ética un momento), y a mí me cansa que la gente me pida cosas que bien puede hacer por sí misma. Por eso. Claro que hay grupos de personas que no tienen vocería y a las que nadie ayuda; tal vez por ellas valga la pena llenarse de enemigos concretos, con nombres y apellidos, que presumiblemente te matarán apenas sea seguro -seguro para ellos-, para que así por fin dejes de, ¿cómo decirlo claramente?, ah sí: joder.

Si yo fuera candidato (y no ya diputado, para respetar a Cantinflas), mis cualidades de liderazgo se pondrían a prueba cada vez que viniera un fulano a proponerme su apoyo a cambio de algo, qué se yo, lo que sea que se negocie en ese negocio: puestos, favores, determinadas posiciones políticas…, plata robada al pueblo, etc. Y en los debates, si los hubiere, tendría que hacer acopio de toda la fuerza de voluntad para no caer en la tentación de romperle la cara en tiempo real a alguno de tantos cínicos que, en tales escenarios, se atreven a acusarte de las peores cosas, cuando son ellos mismos los responsables de ellas. El cínico terminaría elegido, y yo preso, pero no me arrepentiría nunca de poner las cosas en su sitio.

Me queda el consuelo de que no sería un político del montón, de esos que tienen el estómago de reunir a un montón de gente ilusionada ya con una corbata (o con plata, venga de donde venga), ya con la realización de sus ideales, y decirles una y otra vez la mentira repetida de que si me eligen todo estará bien porque en el congreso (o en la Asamblea, o en el Concejo), yo gestiono eso; o que, como alcalde (o gobernador, o presidente), los demás, los que me rodean, hacen lo que yo diga aunque no quieran hacerlo. Se requiere de algo que no sé muy bien qué es, pero que decididamente no tengo, para poder estafar a las personas así. No, yo no sirvo para eso. Me aburren las mentiras, las formas por las formas; y me fastidia sobre todo que a estas alturas de la vida la gente crea que sólo se puede mejorar al país desde la política.

Estemos claros: la actividad política será quizás necesaria para evitar el desgonce definitivo del país; pero ese ámbito es, afortunadamente, apenas uno de los espectros de la realidad. Así, el que quiere de verdad cambiar las cosas, las cambia; si te preocupa "lo social", no aspires a una curul, y más bien ponte a trabajar por ti mismo, y crea empleo digno y bien pagado, por ejemplo. Con eso sería suficiente. Pero nunca nada es suficiente para los que no quieren en verdad democracia, sino sólo una sabrosa Dictadura de las Representaciones: desde que las resistentes cucarachas dominan este planeta, esa ha sido la aspiración de los mediocres. Entonces, ¡que viva la animalidad política y sal a votar por el que quieras, por la razón que sea!