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Mié, Nov

El turno de Sanae Takaichi

Editorial
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Cuando hay partidos organizados, que tienen claro lo que proponen y funcionan conforme a reglas confiables, no hay “jefaturas naturales”, como se acostumbra en países que se enorgullecen del caudillismo criollo. Se presentan, en cambio, turnos en la dirección de cada formación política, que a su vez significan opciones de renovación frecuente en la jefatura del gobierno.


Bien sabido qué propone el partido, en lugar de ir en romería a visitar caudillos que, según el genio del día, resuelven dar uno u otro giro, o no hacer ninguno, existen mecanismos internos de adopción de programas y selección de quien debe llevar la vocería y ponerlos en práctica.

Lo anterior no quita que haya familias políticas, explicables e inevitables dentro de las tradiciones orientales, y no orientales, de herencia de uno u otro oficio. Solo que a los vástagos de familias políticas les toca competir abiertamente dentro de las reglas del partido, de manera que si llegan a la cumbre es por sus méritos, que con mucha frecuencia los tienen. Por algo se criaron en todo caso viendo hacer el oficio.

Eso fue lo que sucedió recientemente con el gobierno de Shigeru Ishiba, quien resolvió renunciar cuando supo, en las reuniones internas, que perdería la mayoría de la que disfrutaba en ambas cámaras del parlamento. Si no hubiera renunciado, una votación interna le habría obligado a hacerlo. Había terminado su turno. Se podía ir tranquilo, más o menos, pues había cerrado un acuerdo comercial con los Estados Unidos. Algo que, en el caso del Japón, representa aspecto esencial de su estabilidad económica y su pertenencia política al mundo occidental.

Con lo anterior aparecieron en el horizonte dos problemas: primero, el de las decisiones políticas que hay que tomar para propiciar una estabilidad económica y social interna, y una solidez en la posición internacional del país; segundo, quién sería la persona indicada para afrontar esos retos, en términos de refinamiento político, económico y estratégico que requieren de alta sensibilidad y cuidadoso criterio a la hora de proponer y conseguir apoyo a las medidas propuestas.

Fue ahí cuando apareció como finalista, en busca de la jefatura del partido, Sanae Takaichi, proveniente del ala derecha de los liberales democráticos, caracterizada como nacionalista, aspirante a convertirse en “la Thatcher” japonesa, como primera mujer, conservadora de hierro, en ocupar la jefatura del gobierno, en un país con tradiciones milenarias dentro de las cuales el hecho resulta novedoso y afronta el reto de convertirse en innovador.

Como contradictor en la lucha por la jefatura del partido, y como debería suceder con frecuencia al interior de partidos verdaderamente democráticos y no propiedad de ningún cacique, Takaichi tuvo que confrontar al joven Shinjiro Koizumi, hijo y heredero político del ex primer ministro Junichiro Koizumi, que hace su propia carrera al interior del partido.

Takaichi resultó victoriosa y, en su tercer intento por conseguir la jefatura del partido, consiguió su meta y quedó a un paso de la jefatura del gobierno, luego de alcanzar un acuerdo con el Partido Japonés de la Innovación, algunos de cuyos proyectos encontrarían en un posible gobierno Takaichi la posibilidad de convertirse en realidad.

Así que una nueva coalición se prepara para gobernar en el Japón. Para tener éxito debe comenzar por la investidura. Y como su mayoría sería leve, habrá de negociar muchas cosas, particularmente respecto de medidas que afecten la vida cotidiana de la gente, que se ha convertido en países democráticos en uno de los parámetros fundamentales de las preferencias ciudadanas, que no se concentran en anuncios grandilocuentes y vacíos sino en medidas concretas, milimétricas, que conducen a la genta a votar en uno u otro sentido.

Por lo demás, y no es poca cosa, Takaichi es nacionalista decidida, lo cual está de moda en muchas partes, con sus consecuencias en materia de inmigración y, en el caso japonés, en las necesarias reflexiones y posturas estratégicas sobre el rearme y la competencia regional con China y las dos Coreas. También conforme a una oleada trasnacional, se podría observar un freno al avance de las reivindicaciones propias de la cultura Woke. Esto último, en manos de Takaichi, podría eliminar el “drenaje” de votos que la derecha radical ha venido sustrayendo del PLD.

Cualquier ejercicio de gobierno, en esta época de la historia, enfrenta problemas que requieren de sensatez, experiencia, serenidad y buen juicio a la hora de tomar decisiones. Hay unos filtros que no dejan seguir adelante a países con visiones retrógradas, que interpretan el decurso de la vida de una u otra sociedad a la luz de teorías fracasadas, abolidas o derrotadas por el rumbo que ha tomado el mundo en la última década. Aferrarse a la crítica de la economía de siglos anteriores resulta inútil ante la exigencia de ubicarse en la del Siglo XXI. Mientras que, por otro lado, creerse adalid de causas que suenan bien pero producen retrasos o pérdidas de distancia frente a quienes lideran el desarrollo de la ciencia, la técnica y hasta la inteligencia artificial, puede salir muy caro.  

La señora Takaichi tiene experiencia política de sobra. Pasó por el examen implacable de la derrota cuando aspiró anteriormente a liderar su partido. Eso le permitió refinar su discurso y buscar consensos. No llegaría a improvisar en el gobierno japonés. Eso la califica para afrontar aquellos retos de un nuevo mundo, que en el caso de una potencia económica, industrial, cultural y científica, tiene muchas aristas.

Su llegada a la jefatura del gobierno marca un punto importante en la historia de su país, no solamente debido a su condición de mujer exitosa en una sociedad dominada por hombres, sino por la exigencia de cambios institucionales y estratégicos que se imponen al Japón en momentos en que los Estados Unidos se retiran de alianzas hasta ahora confiables y países que tenían obligación de mantenerse desarmados, como el suyo, empiezan a cambiar otra vez, véase Alemania, para abrir nuevas incógnitas.

En cualquier caso, en manos de una mujer liberal – conservadora estará ahora el timonel de uno de los principales actores de ese continente asiático, y de esos mares, hacia los cuales parece girar inevitablemente el mundo.

 

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