El tiempo no es sino el área entre nuestras presencias. La faena no es fácil. Tenemos que recambiar posturas para entendernos, también restablecer modos y manera de vivir para poder cohabitar en comunión. Ciertamente, nada se consigue sin trabajo; y, en este mundo que estamos reconstruyendo entre todos cada aurora, tenemos que hacer espacio para la concordia.
Realmente, a la savia le basta el punto de una abertura para resurgir. Lo que nos hace falta, a los humanos, es mayor entusiasmo por los vínculos, abrir el corazón y vivir con humildad, previo aprender a reprendernos para poder soportarse uno entre sí y con los demás. Es cuestión de unirse y de reunirse en un esfuerzo común, para un reino que no excluye, sino incluye; que tampoco cultiva carrera de armamentos, sino el apretón de abrazos del alma en momento de dificultades, con la mirada acariciadora de la mansedumbre del verso y la quietud. Indudablemente, se necesita mucha paciencia para aguantar los defectos del análogo, que camina a nuestro lado, pero una vez conseguido ese brío armónico se crea una unidad que impulsa la amistad; y, por ende, la sal de la vida. No hay avance tan seguro como un amigo que camina siempre a nuestro lado, sobre todo en las horas difíciles.
Deberíamos, pues, engrandecer el horizonte de la compañía y aminorar el espacio de la soledad. Será sensato, por ello, acrecentar el auténtico espacio de la virtud y achicar el camino del vicio, antes de que se nos destruyan nuestros interiores. Hay que fraternizarse como sea. Es nuestra gran asignatura pendiente, que lo sepamos. La humanidad es única y es como es, pero nada que sea humano, puede resultarnos extraño. Ahí están nuestras propias facultades, dispuestas a ponerse en acción o en movimiento, con la razón que todo lo esclarece y domina, también con el coraje y el ánimo suficiente para actuar, aparte de los sentidos siempre dispuestos a obedecer para caminar próximos al prójimo.
Esta correspondencia existencial hogareña, a través de la fuerza unificadora del amor, es la que nos asciende a un universo de gozos y de dichas. Lo prioritario, tal vez radique en transformar el propio “yo”, para entrar en el espacio del “nosotros: los humanos”. Justo, en esta zona de alegría, a la que todos estamos llamados, hasta el mismo aire globalizador se respira de forma equitativa y sin derroches. No corramos el riesgo de olvidar lo cardinal: el marco natural, que nos enraíza recíprocamente al cuerpo universal del lazo tierno, poniéndonos en el camino de la bondad y de la verdad, que es lo que realmente nos cambia por dentro y por fuera. En consecuencia, a poco que activemos una mirada global, nuestras propias historias humanas nos irradiarán lugares, para un cambio en nuestro mar adentro, donde imperen los signos de la gratuidad y gratitud. Esto se conseguirá, si activamos un momento de nuestros muchos espacios absorbidos en inutilidades, en reflexionar para alimentarnos.