Es hora de reiniciar nuevos rumbos en un mundo en continua transformación, de nutrirnos sembrando lo adecuado para embellecernos; y, así, poder esparcir tanto las semillas del buen hacer como expandir las vegetaciones de un buen obrar.
En efecto, nos merecemos un cambio, un nuevo renacer en un entorno poblado de horizontes sanos, que es lo que verdaderamente nos injerta sanación en el alma. La humanidad es un árbol en movimiento, que no vegeta, que requiere florecer sabiamente para no ahogarse en sus propias miserias. Por consiguiente, hemos de recuperar los buenos modos y modales, también los humedales campestres, la biodiversidad en su conjunto, fomentando andares respetuosos y apaciguando nuestro propio interior. En cualquier caso, lo importante siempre es continuar, tomar respiro para enmendarse y proseguir sereno, por muchas que sean las equivocaciones que cometamos.
No es sólo por una razón vivencial, moral o virtuosa, sino que es porque cada vez que nosotros tomamos parte activa en nuestro diario existencial, cooperando y colaborando en la mejora de ese bien social, estamos resplandeciendo como signos vivos y luminosos de esperanza; convirtiéndonos de esta forma en instrumentos humanitarios, de los que solemos andar escasos por el orbe. Desde luego, si todo ser vivo tiene que dar vida; también, todo ser humano, debe encauzarse hacia un dominio de sí mismo y una entrega hacia los demás. Sin embargo, de lo que tenemos que huir es de este proceso de inhumanidad que nos degrada, conduciéndonos al apego del dinero y el poder. Reconducirse es de doctos, lo que conlleva que no haya sitios para la corrupción, y sí para actitudes nobles y desinteresadas, que es lo que en verdad nos da savia en plenitud.
Sea como fuere, la gramática de los lenguajes éticos, nos llama a labrar un abecedario de compromiso constante y responsable para que se respete y promueva la libertad de los individuos y los pueblos. De una vez por todas, el pedestal de la mentira tiene que dejar de gobernarnos. Algo tan esencial como el bien de la quietud, lo conseguiremos únicamente con la lúcida convicción de que la violencia es un mal inaceptable y que además nunca soluciona los problemas. En consecuencia, considero indispensable promover una gran obra formativa de las conciencias, que nos ponga en el camino del bien, especialmente a las nuevas generaciones, abriéndoles al espacio solidario del humanismo integral, algo fundamental para forjar familia y concebir un bienestar de hogar. Sobre esta base armónica, será posible dar consistencia a un orden social justo, que tenga en cuenta la dignidad y los derechos fundamentales de cada ciudadano.
Tampoco nos podemos quedar únicamente en las buenas intenciones, nada se consigue con ello, si acaso tendremos un mero desahogo, carente de toda relación trascendente y plenamente vacío de su más honda razón de ser. Todo requiere pertenencia a la familia humana, pues está unido a un origen y destino común. De lo contrario, continuaremos con la multitud de dramas que nos inundan y separan. La misma naturaleza nos injerta su significado para que nos concienciemos de lo que nos rodea y protege.
En los sueños del camino todo es posible en silencio, máxime cuando se cultivan las buenas sintonías, que no son otras que las del amor de amar amor, para pacificar y reconciliar. Es cierto que el mundo está sumido en mil crisis, que están acabando con las expectativas y las ilusiones, pero una sociedad sólida comprometida consigo mismo y con todos, puede hacer realidad las mayores fortalezas. Muchas veces es cuestión de reconocerse y de conocerse dentro y fuera de la comunidad, con el deseo de caminar juntos para fortalecernos y alejarnos de las ofensas. Además, en esta era digital que estamos, todo nos irá mejor si nos dejemos acompañar de una ética basada en una visión del bien común, capaz de favorecer el pleno desarrollo de las personas en relación con los demás, pero también con el planeta en su conjunto.