Hace una década Uribia, el pueblo más norteño de la nación, no conocía la violencia, por sus calles siempre campearon la generosidad, la nobleza, la tranquilidad y la consigna de la paz, no se conocía un atisbo de intimación, las inconformidades sólo se traducían en simples querellas, que al final concluían en disculpas, el pueblo sólo conocía el caminos por donde transita el bienestar económico y únicamente se empeña en alimentar un fuerte anhelo a la cultura, jamás había conocido la violencia y si en ocasiones muy fugases se llegaba a presentar, usaban como única arma, la razón.
Cuando apenas asomaba la primera década de este milenio, la ingratitud comenzó a mezclase en la vida social, la agresividad a engrandecerse, el crimen asoma como el desestabilizador de la sociedad y en la inestabilidades del pueblo. Como queda visto, no sólo se ha presentado una metamorfosis del delito, sino que el resultado obtenido en ella ha permitido la profesionalización del delincuente, convirtiéndose éste en un verdadero criminal, en el depredador de la justicia y en el evasor de los medios coactivos del Estado y el desequilibrante del orden social.
A parecer la violencia ha encontrado en el pueblo de Uribia, el más indefenso de la existencia y en él, ha fijado su asentamiento, para quedarse de manera definitiva, adoptando cierto grado de indisciplina social que se traduce en el desconocimiento de la autoridad, desacato al orden jurídico, irrespeto y quebrantamiento de la instituciones democráticas, solidaridad, tolerancia o complacencia ante el crimen.
El pasado martes por las horas nocturnas, fue vilmente asesinado el joven Luiyi Mejía Ducand. Esta conducta inadecuada de la delincuencia, ha generado rechazo, repudio y descontento en la sociedad, que se ha visto afectada en su tranquilidad y cotidianidad. La microdelincuencia establecida en Uribia se ha desarrollado a paso del más veloz de los guepardos, mientras que la justicia opera lenta, paquidérmica, enclenque y débil, a paso del último elefante recién nacido. Ello ha contribuido a generar incomprensión y desconfianza a la ciudadanía que no colabora con decisión y entusiasmo al éxito de las investigaciones porque las considera engorrosas impropias los procedimientos, si es que mucho no la consideran inútiles. Esta imperfección de la justicia ha contribuido a que muchos ciudadanos totalmente ajenos a las anormalidades, empiecen a pensar en el delito como una deseable forma de vida.
Es notable ya que en Uribia el crimen avanza con innegable rapidez hacia las formas más elevadas, sin que se podamos detenernos en la búsqueda de un mecanismo para combatirlo. La extrema violencia no se detiene y avanza en su empeño en continuar golpeando la indefensa sociedad.
La situación actual es de la más alarmante gravedad y ha llegado el momento que se adopte medidas supremas de las cuales penden la suerte del comercio y el porvenir de la región.
Para honrar dignamente la muerte de Luiyi, bastaría que la autoridad pusiere su empeño en esclarecer este hecho bochornoso que no hace sino enlutar a un pueblo y aniquilas la tranquilidad de muchas conciencias honradas, si llega a ignorar y no dar importancia a los hechos criminales, la delincuencia seguiría alimentando sus ansias de delinquir, hasta el punto de congestionar el único juzgado de la región.
Uribia, se encuentra intoxicada, ya no sólo del virus del Covid 19 sino también del malévolo virus de la delincuencia, sin embargo, aún espera que renazca una sociedad sana y alegre, se esclarezcan todas las vicisitudes y crímenes que no se han logrado, a ver si nos podemos Una cosecha de verdad y topar, con lo que siempre anhelan los pueblos. ¡Una cosecha de verdad y de justicia¡