“Hey, loco, no dispares”. Estas fueron las últimas palabras de mi amigo Alfredo Correa de Andréis antes de que un hombre perturbado le quitara la vida por orden de agentes del Estado por el simple hecho de ser un educador humanista.
Eso era ante todo: humanista. Frente a la agresión y la muerte, su respuesta siempre fue el verbo y la palabra amable y generosa. Amó la paz.
Me conmovió mucho saber que su asesinato fuera el resultado de políticas de exterminio por ser diferente, por ser justo, por defender los derechos humanos. Todo esto fue contra un intelectual comprometido con la noble causa de regionalizar el poder político en todo el país para que se enriquezca y fortalezca la paz con el fin de que no se siga diciendo que existe más territorio que Estado.
Ese viernes 17 de septiembre de 2004 no se puede borrar de la memoria regional y nacional. Su ausencia no podrá ser llenada por nadie. Todo ser humano es único e irremplazable.
La vida de los seres humanos en un Estado de Derecho tiene que ser protegida por el derecho y las autoridades. Nadie puede ser puesto por fuera de su protección. Y lo hicieron. Los agentes del Estado lo excluyeron de esas garantías. Fue un homo sacer, figura jurídica arcaica que permitía que cualquiera le diera muerte a un ser humano que se ha declarado por fuera de la protección del derecho.
En forma fraudulenta y en colusión entre autoridades del Ejecutivo, la Fiscalía y el poder judicial, le privaron de la libertad bajo la falsa imputación de ser ideólogo y dirigente de un grupo alzado en armas. Al caerse los cargos por la defensa del jurista Antonio Nieto Güette, recobró la libertad. Mas ya agentes del Estado lo habían señalado como un homo sacer, como se ha condenado y se sigue condenando a muchas personas en nuestra sociedad.
No logramos detener este espiral de muerte y destruirla con la cultura de paz y garantías de seguridad. Reitero, mi amigo fue liberado antes de ser asesinado, se le había señalado como un homo sacer.
Está prohibido en nuestra tradición cristiana. Jahvé/Jeová no permitió que Caín fuera declarado homo sacer, independiente de su condena por matar a su hermano Abel, la expulsión del paraíso no fue acompañado por la orden de no reconocer la protección del derecho. Jahvé/Jeová condenó a que se le diera a Caín muerte por el crimen de Abel. Es que el Estado no podía ni puede ni debe legalmente declarar homo sacer a persona alguna en la sociedad democrática contemporánea.
Está muy bien que las autoridades estatales les pidan perdón a los familiares de Alfredo Correa de Andréis, pero… ¿su vida?, ¿su valor que es inestimable?, ¿quién responde por ella? Nadie. Esto carece de perdón. El único que podía ofrecer el perdón no está entre nosotros. No podemos perdonar por él, sería privarle de su humanidad.
Es triste, pero en esto no vale nada que las autoridades estatales pidan perdón. Es correcto pedirlo, pero concederlo no es posible. Está ausente quien puede otorgarlo, menos cuando el perdón se deriva de un largo y tortuoso proceso judicial al que fueron sometidos los familiares. Como lo dice Miguel Hernández: “No perdono a la muerte enamorada, no perdono a la vida desatenta, no perdono a la tierra y a la nada”, en fin, no más homo sacer ni políticas de intolerancia y exterminio.