En el ambiente político nacional se escuchan voces que proponen revisar la institucionalidad para dar respuestas a asuntos como la reforma a la administración de justicia, la lucha contra el narcotráfico, la reglamentación democrática a la actividad política, al proceso de paz y al régimen de las entidades territoriales. Son temas que requieren un rediseño constitucional y una fuerte participación ciudadana, a fin de fortalecer el Estado Constitucional de Derecho.
Estas voces no deben ser descalificadas de entrada. Por el contrario, debemos estar atentos a las propuestas que presentan para someterlas al más amplio proceso de deliberación, en el que los partidos políticos y la ciudadanía expresen sus opiniones. Oír al otro es clave en una democracia. El diálogo es el escenario público para fortalecerla. No descalifiquemos a priori.
La democracia tiene su razón de ser en la libertad de la palabra y en la construcción de consensos. Democracia es dialogar en un ambiente de pluralismo y tranquilidad. No es admisible la violencia, el grito ni la ofensa.
Dialogar acerca de una transformación constitucional no es un asunto transitorio. Es sentar las bases para la paz y la seguridad de los derechos y de las libertades para todos. La transformación constitucional se necesita, no se discute.
Estamos en un mundo globalizado y tenemos instituciones no contemporáneas. Necesitamos la transformación constitucional porque los defectos institucionales que tenemos son de orden estructural. No estamos a la altura de los tiempos actuales y nuestro Estado de Derecho es débil y no garantiza ni la paz ni la seguridad de los derechos y las libertades. Tener sensatez y tranquilidad constituye una regla de oro. La reforma constitucional lo urge. Una transformación constitucional lo exige. Hay que estar sobrios.
Gustavo Zagrebelsky, magistrado y presidente del Tribunal Constitucional italiano, enseña la necesidad de estar sobrios ante los asuntos constitucionales. Recuerda que la Constitución Política, como base de la convivencia, es un producto de la cultura política y política de una sociedad política con una tradición que se afirma y enriquece en un ambiente de tranquilidad.
En su libro “La virtud de la duda. Una conversación sobre la ética y derecho con Geminello Preterossi”, dice: “(…), como ya he recordado, las constituciones se hacen en momentos en los que los pueblos están sobrios para que valgan en los momentos siguientes en los que pueden estar ebrios (de poder, de pasiones, de egoísmos, etc). (…). Son siempre puntos de partida para algo nuevo con respecto al pasado, pero, al mismo tiempo, son en el futuro, una llamada al origen: innovación con relación a lo que había antes, pero conservación con respecto a lo que vendría después”.
La Asamblea Nacional Constituyente es un camino. Un camino que ha de construirse entre todos. Un camino que se ha de construir en estado de sobriedad para lograr una transformación para la paz, con una alta dosis de capacidad de perdón a todos. Si no perdonamos no reconstruiremos el tejido social roto. Lo andado no se puede destruir.
No se trata de que una mayoría le imponga a la minoría o a las minorías una Constitución Política. Se trata de construir un acuerdo sobre lo fundamental, es lograr una Carta Magna de todos y para todos que asegure la libertad política, los derechos y garantías. Y que instituya el perdón. Presidente, tiene usted la palabra.