Kodokushi, es una palabra japonesa que traduce al español muerte solitaria. Las cifras indican que en Japón unas 30.000 mil personas mueren en esta condición cada año. La señal que alerta a las autoridades, es el hedor que emanan los cuerpos luego de varios días en descomposición. ¿Por qué una sociedad acaba muriendo sola? Desde mi perspectiva, esto obedece a una alteración de las prioridades que establecemos en nuestra vida, dicho de otra forma, nos aferramos fuertemente a algo que coloca en último lugar a todos los que nos rodean. Un ejemplo concreto de esto es el trabajo.
Las palabras en japonés siempre me han llamado la atención, por el hecho de entregar tanto significado en unas cuantas letras. Pensar que alguien pueda morir solo, sin que nadie se dé cuenta, me parece casi imposible. Sin embargo, mi juicio tendría fundamento si aclaro que crecí en una cultura donde muchos están pendientes de lo que hace el vecino y los funerales son un evento social más. Por otra parte, en mi círculo de amistades de trabajo, recuerdo personas que sacrificaron sus amistades, familiares y cualquier posibilidad de construir relaciones duraderas, por el notable hecho de dedicarse exclusivamente a trabajar, o como dicen ellos, a producir.
En ingles, a los obsesionados con trabajar les llaman workaholic y a los episodios en los que los workaholic mueren por exceso de trabajo, les llaman Karoshi en japonés. Este tipo de muerte fue identificada en Japón hace más de 40 años y se dice que toma unas 10.000 vidas anuales. Para considerarse Karoshi, el empleado debió trabajar más de 100 horas extras en el mes anterior a su muerte u 80 horas extras en dos o más meses consecutivos en el último semestre. En estos casos, la familia recibe como compensación unos US$20.000 del gobierno y hasta US$1,6 millones de la compañía. Me parece un paño de agua tibia muy útil para la familia, a pesar de eso, espero que ya hayan ajustado sus normas laborales.
¿Cómo llegó Japón a esos niveles? Al parecer, luego de la posguerra, el país preparó el coctel perfecto para que sus nativos se enamoraran de las largas jornadas de trabajo. Sus empleadores los motivaban con compensaciones financieras y psicológicas, es decir, financiando sindicatos, grupos culturales, casas para los trabajadores, transporte, instalaciones recreacionales, clínicas y guarderías. Rápidamente se convirtieron en esclavos felices. Esto no es un problema exclusivo de Japón, hoy vemos tendencias parecidas en India, Corea del Sur, Taiwán y China. Latinoamérica no escapa de este estándar. En 2015 México encabezó las listas del ranking de los países donde se trabaja más horas al año.
Colombia podría seguir estos pasos. En mi vida profesional, recuerdo personas que llegaban temprano y salían tarde para mostrar o aparentar que trabajaban más. A pesar de estar contratados hasta las 5:30 pm, éramos señalados y juzgados si salíamos antes de 6:00 pm. Yo era uno de los que se esforzaba por salir antes de 6:00 pm y mostrar que irse después de 6:00 pm no era una muestra de compromiso, sino que era una prueba de ineficiencia o mala medición de las cargas laborales.
¿Será posible encontrar situaciones parecidas en Samaland? Rotundamente sí. En ciudades como Santa Marta, en donde las fuentes de empleo formal son limitadas, el principal empleador es el estado y el gobernante de turno tiene compromisos –que superan sus competencias– con media ciudad, los ciudadanos se desviven por conseguir un contrato con el distrito, que durará no más de 6 meses y en muchos de los casos solo 2. La batalla siguiente, es la renovación del mismo. Como sea –incluyendo trabajar más de 8 horas al día– deben mostrar su compromiso e idoneidad. Los venezolanos que trabajan en la ciudad, tampoco se escapan de esto. Muchos, si consiguen empleo, tienen que enfrentar extenuantes jornadas laborales de más de 12 horas. Los que trabajan con las pocas empresas privadas deben hacer algo similar, porque tienen que cuidar el trabajito. Entiendo que en el sistema que vivimos, es necesario el dinero para sobrevivir, pero no sé hasta qué punto vale la pena sólo trabajar para morir solo o kodokushi.