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Sáb, Nov

Indio de miércoles

Columnas de Opinión
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Escrito por:

Luis Reyes Escobar

Luis Reyes Escobar

Columna: Opinión

e-mail: luksreyes@hotmail.com

Este fin de semana hice asado con amigos de la costa caribe. Estaba contento y hasta emocionado, porque tenía rato sin compartir un espacio con costeños. El evento fue como lo esperábamos. Buen clima, buena comida, cuentos, cuentos y más cuentos. Conforme pasaban las horas, la emoción, el volumen de la música y el tono de voz, aumentaban. En resumen, el asado fue un éxito y el día casi lo fue, salvo porque fui robado por el conductor del taxi que tomé para mi casa.

Las primeras preguntas que vienen a mi cabeza cuando alguien me dice que fue robado son ¿te hicieron algo? ¿Estás bien? o el clásico “gracias a Dios estas bien, lo material se recupera”. A los inquietos les cuento que esa noche no me percaté de lo que pasó. Básicamente, lo que sucedió fue que cuando llegué a mi destino pagué la carrera con un billete de cincuenta mil pesos y el conductor me devolvió dos billetes de veinte mil pesos, pero de juguete. Obviamente el señor tomó ventaja de la oscuridad de la noche, de que había tomado un par de tragos y que tenía unas ganas infinitas de llegar a mi cama.

Solo hasta la mañana siguiente fue que me hice consiente de lo acontecido. En ese momento, casi en simultáneo sucedieron dos cosas que me mostraron que he tenido grandes aprendizajes en los últimos años. La primera, fue que no me deje llenar de rabia y en mi mente repetí varias veces “bueno, eso la vida se lo devuelve. Ayer la pasé muy bueno y nadie me quitará eso” y lo segundo, fue que le conté a la primera persona que vi y su comentario fue muy distinto al que esperaba. Sus palabras fueron “es que no hay que dar papaya”. Debo aceptar que quede en shock y hasta me alcancé sentir culpable, pero valió la pena, eso me llevó a la reflexión.

Después de cuestionarme varias veces acerca de la lógica de ese comentario, mi respuesta fue que tenía que provenir de la mal llamada “malicia indígena” de la que algunos alardean. En ese contexto si tenía lógica para mí. Bajo ese escenario se premia al bandido, al pícaro, al delincuente, por hacer uso de sus habilidades para sacar provecho de cualquier situación o de cualquier persona. En este escenario, la victima deja se ser víctima para convertirse en culpable y en vez de ser escuchado activamente, como gesto de solidaridad, es blanco de señalamientos por haber “dado papaya”.

Creo que al paso que voy terminaré montando una comercializadora de papayas, porque me niego a vivir en un mundo en el que tenga que gastar más de la mitad de mí tiempo, en estar atento para evitar que alguien me time. Me niego a vivir en un mundo en donde no es culpable el delincuente por haber escogido esa vida, ni la familia por no haber corregido al niño y mucho menos el estado por no proteger a sus ciudadanos, a cambio de eso, soy yo el único culpable por haber “dado papaya”. Hoy no tengo hijos que corregir ni ostento ninguna posición desde la cual pueda impartir políticas públicas, pero si puedo empezar a cambiar mi lenguaje para no convertir esos hechos delictivos en parte de mi cotidianidad. Desde hoy declaro que no es culpable el que da papaya, si no el indio de miércoles que se la robó.